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sábado, 29 de marzo de 2014

MI AMIGO EL GAFAS

Manuel Marín es mi amigo, un amigo muy singular. Lo conocí en el año 1974 y desde entonces hemos mantenido la sublime sensación de la amistad, con sus altos y bajos, pero más con sus altos. Es un hombre vital, comprometido, buen profesional de la Enfermería, un gran padre, ahora está criando a un adolescente y eso es una tarea insustituible.
Es un gran amador de las personas y de las cosas y tiene una casa junto a la Alhambra, en un lugar maravilloso, donde se puede mirar, desde su terraza, el mirador de San Nicolás y está a tiro de piedra de los jardines moros.
He pasado tantos buenos momentos con él que por ello mi vida tiene sentido. Al principio, me enseñó a compartir y me mostró su camino. Cuidó a mi madre cuando estuvo en el hospital y me cuidó a mí, cuando era universitario en Granada. Era una alegría ir a su casa. Estar con su mujer y con su hija Omara. En aquella casa, junto a la plaza de toros, pasé muchas horas emotivas con él.
 Hablábamos de política, de amores, de muchas cosas y nos entendíamos porque ambos queríamos compartir la utopía de la democracia, de la igualdad, de la libertad.
Estuvo en Cuba formándose en la Sanidad Primaria y también en México, Distrito Federal, y siempre dejó amigos tras de sí.
También estuvo en Colomera de enfermero y allí me gustaba mucho estar con él. Hacíamos pan, elaboramos kéfir, me hacía unas comidas deliciosas y compartíamos la vida.
Él se enamoraba cada día y yo también, y hablábamos y seguíamos hablando de nuestros amores y seguíamos conversando de la transformación de la sociedad y se divorció de la bella Mari Lola y siguió amando, y se casó con la Trini y fui a verlo a Alfacar, donde se construyeron una casa.
Ahora ha vuelto a su casa de la calle Almazora y desde allí sigue viendo los bonitos carmenes de enfrente. Sigue enamorado de una mujer, sigue cuidando de su hijo Manolito. Sigue caminando por  el Realejo, visitando enfermos, haciendo sanidad viviente y lo recuerdo, siempre, hablando con mi madre, en aquellas noches fraileras, mientras tomábamos una copa de cognac y nuestros pensamientos salían fluidos. Nos entendíamos, el Gafas es una persona importante, capaz de acogerte en su casa, hacerte un asado de pescado para chuparse los dedos, ponerte una o dos botellas de Viña Ardanza, o invitarte a comer en el mejor restaurante de Granada.
Lo mejor que tiene, es que me siento muy bien con él, me da paz, me reconforta, me llena, es como si tuviera el elixir de la buena amistad, y mi cuerpo se siente satisfecho, mi mente es libre, puedo decir junto a él todo lo que pienso, sin cortapisas.
Ahora, que no nos vemos mucho. Sigo pensando en él, como una de las personas que más ha influido en mi vida. De los que más me han enseñado y a uno de los que más quiero. Y cuando estoy con él, mi cuerpo se siente satisfecho y me emana un bienestar indescriptible. Con él me siento seguro e importante.

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