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sábado, 8 de octubre de 2016

SER DE FRAILES. CAPITULO TREINTA




Ahora, estoy en la calle Santa Lucía de Frailes. Hay alguna gente que entra al consultorio médico, un edificio cuyo solar donó Manolo el Sereno. Allí se construyó, junto al Ayuntamiento y frente al colegio público Santa Lucia. Ahora los dos médicos que hay, don Rafael y doña Mercedes, van y vienen todos los días; el primero de Alcalá  y la segunda de Granada. Los médicos ya no viven en Frailes, no tienen la influencia ni la importancia que antes tenían, pero siguen conservando el don, la medicina y la salud. Ese es su poder. Ahora, en el consultorio dan el número para pedir la consulta y la gente se sienta en una sala de espera para entrar a que lo vea el médico. Ahora la sanidad es gratuita y pagada por los impuestos de los ciudadanos. Hay alguna gente que va todos los días al médico y otros que no van casi nunca. Ahora decenas de personas van a la farmacia de Ernesto del Moral, al que ya nadie le dice don Ernesto, antes sí. Y salen de la botica con una bolsa llena de medicamentos -que son casi gratis- y en cada casa hay un cajón lleno de pastillas y medicinas para calmar nuestros males. Antes no se podía hacer eso y sólo podía costearse los medicamentos el que tenía dinero. Hay remedios para todo y cuando se acaba una caja, se va a por otra y en paz. Igualmente, si alguien se pone muy enfermo, hay un servicio de urgencias, e incluso para asuntos muy urgentes se puede avisar a un helicóptero y en pocos minutos llega y así puede llevar al paciente a cualquier hospital de Granada o de Jaén.


La Medicina ha avanzado mucho y los fraileros se han beneficiado de ello, como el padre del actual alcalde, José Manuel Garrido. A Horacio Garrido le han hecho un trasplante de pulmón en el hospital Reina Sofía de Córdoba. Tras la laboriosa operación y tras un periodo postoperatorio, Horacio Garrido que es hijo de Pepillo Garrido, ha transformado su vida. Antes se cansaba andando un par de pasos, ahora, parece que se ha obrado un milagro y este hombre anda como cuando era joven.  Antes había más personas con don y –ahora- aunque las sigue habiendo son cada vez menos.

A mi primo Antonio Cano García, alcalde socialista que fue del municipio durante 20 años, algunos le llamaban don Antonio porque era maestro y, siendo alcalde, algunos lo siguen llamando así y otros no. Yo creo que todos los hombres y mujeres somos iguales y también diferentes, y ninguno debemos tener don ni din; sólo nuestro nombre y apellidos, los demás aditamentos que nos colocamos son aditivos que impone  la sociedad anterior y actual para darle importancia al puesto que tiene. Los grandes hombres son los más humildes, no necesitan títulos ni dones, son grandes por sí mismos porque llegan a mucha gente, porque se mezclan con todo el mundo, como el frailero Michael Jacobs que llegó al fondo de muchos fraileros, de grandes y pequeños, de ricos y pobres y bebió vino con los nobles ingleses y con los humildes y sencillos fraileros, con los aceituneros, con Chica y el Bubi, con Alejandro Caño y con Jon Lee Anderson, con colombianos y escoceses y con italianos y franceses, con hombres y mujeres de cualquier parte del mundo. La humildad y la dignidad son importantes.


Ahora voy a desayunar con Loli la Municipala al bar  el Charro. Esta mujer también forma parte de Frailes, consiguió un puesto en el Ayuntamiento por oposición, primero trabajó en la Policía Local, vestida de uniforme y con una pistola y después fue auxiliar administrativo. Compró una casa en la aldea alcalaína de Ribera Baja y allí vive con su marido Bartolo y sus dos  hijas Mercedes y Celia. Loli camina desde el Ayuntamiento y va saludando a la gente. En el consultorio siempre hay personas dentro que aguardan que los vea el médico. De la farmacia también sale gente.

En el bar el Charro hay mucha gente que va a desayunar, como Custodio Serrano, que se hizo constructor y fue edil socialista. Se edificó una casa en Majada Abrigada y allí su mujer Brígida del Moral vende materiales de construcción. Como Luis Castillo que era cabrero y se jubiló y vivía en el callejón de la Bomba. Tenía una piara de cabras y cada día las sacaba al campo. Siempre que me ve en el bar quiere invitarme a desayunar. A Toni Zafra también lo veo, tiene un niño de cinco años y le gusta mucho el Real Madrid. También veo por allí a muchas mujeres que desayunan cada día. Ya las mujeres salen y entran de los bares como los hombres, cosa que antes era raro ver una mujer en una taberna. Había algunas, pero pocas. Antonio Torres también va por allí, pide un tercio de cerveza fresca Cruz Campo, luce un bigote largo y pronto se va a jubilar. Tiene su casa en la calle Campo y su padre elaboraba pan. Igualmente veo a Silvia Cruz, que vive en la calle Tejar, 5, es la descendiente de José Miguel Gallego.

Los desayunos ahora son casi siempre lo mismo. Un café en sus distintas variedades y una tostada con jamón y aceite de Lucia Serrano. Es ésta una mujer joven y empresaria, hija de Custodio Serrano, que además de ser concejal del PP, elabora un buen aceite en una fábrica de la aldea de Santa Ana. Antes, la mayoría de la gente no desayunaba, y no lo hacía porque en la mayoría de los hogares no había nada que llevarse a la boca. En las tabernas se servía aguardiente duro de 40º o 50º, aguardiente que rajaba la garganta, una copa tras otra o, como hacía el viejo y astuto Chocolate, que tenía una casa en la calle Elvira. Este hombre bebía el aguardiente en jarrillos de lata, como si fuese un aperitivo. El hombre tenía un cortijo en Navasequilla y sus hijos se mudaron a la casa de la calle Elvira, tanto Miguel como Pastora. Los dos eran solteros. La gente decía que tenían dinero, pero ellos vivían como si no lo tuvieran. Pastora compraba lo imprescindible en la tienda de mi madre. Iba y venía por la carretera y otras veces la veía en una finca que tenía en Hazarredonda. Miguel también venía a beber algún vaso de vino a mi taberna, era poco hablador, casi siempre con un saco a la espalda. Tenían mulos y fincas y araban y cultivaban la tierra. Algunas veces subí al cortijo de Navasequilla  y esta familia estaba allí. Los perros salían a la puerta del cortijo y ladraban a todos los  que pasaban por allí. Después el cortijo se medio abandonó y todos fueron a vivir a la casa de Frailes.

Otro hijo de Chocolate se casó con Dominica Garrido y tuvo varios hijos. Esta mujer fue mi vecina en la calle Horno, la casa que hace esquina con la de Pepe el de los Álvarez, un amigo mío de la infancia. Sus padres murieron y él se quedó solo en la vivienda. Pepe ha sido siempre agricultor y yo siempre recuerdo el mulo que tenía en la cuadra. Era su padre David quien le enseñaba a aparejarlo. Yo entraba en aquella casa hasta la misma cuadra, en donde tenía el mulo. A veces se acumulaba el estiércol y Pepe lo limpiaba, colocaba un serón al mulo y, con una espuerta y una azada, llenaba el serón y llevaba el estiércol a una de sus fincas. Tenía una cerca del baño y -a veces- iba con él hasta allí. En verano tenía hortaliza y traía tomates, pimientos y peras a la casa, pero también cultivaba maíz. Recuerdo que asábamos panochas cuando estaban a punto; estaban ricos los granos de maíz asados, a veces tiznados de un negro que se pegaba al bigote, al darle el bocado, y la farfolla, que nos servía para llenar los colchones para dormir. Los pobres rellenaban con farfolla sus colchones y los ricos con lana mullida. La farfolla tenía unos nudos que se pegaban a nuestro cuerpo y al levantarnos nos dolía la espalda. Después llegó la esponja y la gente hizo los colchones de este material que era más blando y confortable, pero daba mucho calor en verano.


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