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sábado, 22 de febrero de 2014

AQUELLOS DIAS

Aquellos días, cuando volvías, bajabas a verme y nos fundíamos en un abrazo; yo tenía que auparme y tú encorvabas tu figura para que nuestras manos alcanzaran nuestros hombros y comenzaba el ritual, contándome tus nuevas aventuras. Después, te dabas una vuelta y saludabas a los demás.
Yo guardaba tus paquetes y las cartas que el correo había traído en tu ausencia porque no podía meterlo todo en el buzón de tu casa. Me relatabas casi todo lo que habías hecho, las últimas novedades de tu vida. Después, a veces con tu forma de hablar atropellada, decías: Santi, tomamos una cerveza en el Charro y hablamos algo más.
Tus vueltas de tus viajes siempre eran una fiesta, eran como una nueva visión por el mundo, te veía venir por la calle Santa Lucia, con tus atuendos de verano o invierno. ¿Michael, esta vez donde has estado? Y comenzabas a contarme cosas que yo imaginaba a mi manera.
Otras veces, cuando estabas de viaje y paseaba hacia el Nacimiento, miraba la silueta de tu casa, allá en el Calvario y rememoraba momentos contigo. En aquél patio empedrado por el Zocatillo, miraba las calles de Frailes y la estampa del cementerio. Recuerdo los trabajos y los días levantando aquella casa, por Manolo el Sereno de arquitecto y unos pocos aprendices de albañil la terminaron, después le pusieron una estrella de Navidad, mientras tu perro Chumberry sigue paseando por allí y mirando la piscina en invierno.
Ahora, ando inquieto estos últimos días, me dijeron que llegabas, de nuevo, e impaciente te he esperado, trataré de tomar unas cervezas contigo, iremos a pasear por aquellos caminos que me enseñaste desde donde se veían imágenes bonitas de Frailes, volveré a leer ‘La fábrica de la luz’, y a que me cantes tu canción de la tarantela porque siempre me haces reír.

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