Fui observando el asfaltado de la calle Avenida de Europa, mientras el alquitrán se derretía con el calor de agosto. Mientras en la fuente taza del Paseo de los Álamos se reunía cada vez más gente, al amparo de los chorros de su agua que amaina la temperatura elevada de los cuerpos y los niños e incluso los mayores no se resistían a la tentación de adentrarse entre los chorros para sentir el frescor del liquido elemento, como diría un castizo.
Ví a un hombre, Petrof, que bailaba y bailaba y no paraba de bailar en el teatro Martínez Montañés, y la música le hacía mover sus brazos y piernas y se despojaba de la chaqueta y del pantalón y la camisa y se quedaba en boxer y lucia su cuerpo blanco y sudado entre las butacas, algunas vácias del lugar, con un alto aire acondicionado que dejaba los cuerpos semi helados. Y al salir del teatro, llovió agua del cielo y dejé que corriera en mi cuerpo, pero solo duró unos 60 segundos, después volvió el bochorno y recorrí las calles y ví gente que hablaba de inexperiencias, gente que no escuchaba que solo hablaba. Y miraba las caras, todas con calor y sudorosas, con gafas, con gorras, con pantalones piratas, con tangas que se suben a la cintura. Con gente que veranea con calor y a veces busca las sombras del parque para descansar, un parque de ladrillos sucios y albero que se sale e inunda los pies, un parque de terrazas con sillas, de camareros que sirven refrescos, cerveza, ilusión.
¡Buena Vista!
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