No sé si conoceis al Bubi, yo sí, lo he visto
crecer por la calle Roturas Bajas, recuerdo cuando se quemó un pie e iba a la
escuela con sus hermanos. En realidad se llama José Garrido García y se compró
una moto e iba y venía a Alcalá. Una moto en la que volaba por esos caminos y
le hacía sentirse el rey del mambo. Iba a una fiesta y a otra, no se le
escapaba una por las riberas de estos ríos.
Le he visto bailar frenéticamente, siguiendo
ritmos de música increíbles, se retorcía como un ofidio, se agachaba, se
levantaba, hacía poses y en su interior se creía el Elvis Presley de Frailes.
Hace un tiempo que se hizo barrendero, los
socialistas fraileros le dieron un puesto para que barriera las calles, las
dejara limpias, las mimara y quitara la broza. Un trabajo inacabable, cansino,
que nunca acaba y el Bubi cogió su escoba y su badíl y barría, barría, por la
calle Santa Lucía, por la puerta de la iglesia, por la plaza Miguel de Cervantes
y bailaba canciones interminables con su escoba cogida del talle.
Se quiso modernizar y se ingenió una especie
de carro para recoger la basura de las calles, un artilugio movido por un perro
que le seguía fiel a todas partes. Y barría y seguía barriendo, mientras el
perro meneaba la cola y se sorprendía casi todos los días.
Al Bubi no le gusta el otoño porque las calles
se llenan de hojas que se caen de los árboles, barre y barre todas las calles,
pero las hojas parece que nacen nuevas cada segundo. Tiene un aparato mecánico
para juntar hojas caídas pero es igual, las calles siguen llenas de hojas
verdes, amarillas y de otros colores. Y se queja de vez en cuando, cuando ve
que luchar con las hojas caídas, es un trabajo interminable, pero no desespera
y cada día sigue barriendo y barriendo, por la calle Cuevas, por la calle
Tejar, por el pequeño parque que hay junto al río. Hace montones de hojas, las
introduce en bolsas negras de basura, pero por la noche se escapan y a otro día
estánn en el mismo sitio.
El Bubi se ha comprado un coche, un auto sin
marchas, pequeño y casi redondo y se introduce en él y sueña que recorre el
mundo y se va de vacaciones, un mundo sin hojas caídas, sin escobas, un mundo
limpio, lleno de flores sin marchitar, cuyos pétalos están siempre vivos. Y el
pequeño auto, casi impotente se pone a cien, a doscientos por hora, y casi
vuela por esos caminos, por carreteras estrechas y autovías interminables y
canta dentro de ese automóvil, con su traje blanco y baila con una princesa que
tiene zapatos de cristal como la cenicienta.
Y al final suben al cielo y bailan y barren
nubes blancas y de colores, flotando como sin peso, flotando, flotando,
barriendo nubes de colores.
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