El barrio de Las Cruces sigue estando allí, con todos sus ingredientes
que no son pocos, para poder pasear, ver o mirar el espectáculo que nos ofrece
desde una perspectiva singular. Desde los alrededores de la iglesia de San
Antón, en pleno centro de Alcalá la Real, se ven como pequeñas casitas blancas,
unas cinco antenas de telefonía y un panorama esperanzador imaginable, pero hay
ue trasladarse a dicho barrio para poder empaparse de todo lo que contiene.
Subir andando hasta Las Cruces es un ejercicio de voluntad, esperanza,
magia o esfuerzo, pero vale la pena sentir todas esas sensaciones. Desde el
centro de la ciudad, se puede llegar por múltiples itinerarios, desde la calle
Fuente Nueva, por la calle Utrilla o por el Juego Pelota. Todos los caminos nos
pueden llevar a Las Cruces. Ahora bien, hay que tomar el asunto con paciencia y
paso firme porque las pendientes son pronunciadas, las calles retorcidas y cada
vez se necesita un poco de interes para seguir subiendo. Y llegar a lo alto.
Pero siempre vale la pena llegar hasta allí. En el camino podemos observar
calles antiguas alcalaínas, con casas habitadas y otras abandonadas que dan una
visión del antes y después.
Se puede decir que a partir de la calle Corredera comienzan las
verdaderas Cruces, un barrio que era humilde, deteriorado de gente sin muchas
posibilidades, se puede decir que era marginal, con casas derruidas, escombros,
basuras y sin cuidar; claro que con su encanto que nunca lo ha perdido. Ahora,
en los últimos años se ha transformado, por obra y gracia del dinero europeo,
el llamado Plan Urban. Parte de su arquitectura se ha transformado, pero la
esencia del barrio sigue siendo la misma, su sencillez y grandeza.
Subir hasta allí y pasear, mirar y hablar con sus gentes es
introducirse en la Alcalá de siempre, de ahora y la del futuro. Su grandiosidad
son sus vistas, las miradas que cada persona puede hacer desde allí, hacia el
centro, norte, sur; Alcalá está a nuestros pies, un mogollón de casas, tejas,
ventanas, torres, calles, árboles, iglesias y sobre todo ella, la Mota, se nos
presentan a nuestros ojos para disfrutar, en la lejanía la fortaleza se hace
grandiosa y el espectador se puede imaginar una Mota habitada del siglo XV o
XVI.
El barrio de Las Cruces se transformó en pocos meses, gracias al programa
Iniciativa Urbana. Aquellas casas humildes y de grandes carencias han cambiado
de aspecto, con calles con barandillas de hierro, escaleras bien trazadas,
farolas de diseño y mobiliario urbano, pensando en los niños y en los mayores.
La denominación de este popular y típico barrio
tiene su origen en la colocación de todo un reguero de blancas cruces, formando
un 'Vía Crucis' que rememoraba la pasión de Cristo. La progresiva pérdida de
esta tradición y la urbanización incontrolada de este espacio fragmentaron el
itinerario y el significado de este ritual religioso.
Ahora y tras las obras, el barrio ha cambiado
en estética, es como una pócima mágica que se le ha dado, que ha hecho que
aquella marginalidad se haya transformado y son muchos los alcalaínos y
visitantes que se pasean por su calles, lo visitan y cuidan.
He vuelto a visitar a Las Cruces, el cuerpo me
lo pedía. Valió la pena el esfuerzo, porque mi mente y mi cuerpo lo
agradecieron, me encontré con antiguos vecinos que sentados a las puertas de su
casa o en los bancos metálicos que han colocado, se contaban sus historias de
vida. Sonrientes, algunos con más edad, otros empezando a vivir, arreglando sus
casas. Había perros que jugaban, dos enamorados que conversaban silenciosos. Me
encontré con Carmen, con Antonio y con Pedro y con aquellos miradores desde los
que se divisa toda Alcalá.
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