La cocina frailera reúne una serie de condiciones, así como olores y sabores que le dan un toque especial en las distintas estaciones del año. Dentro de las vicisitudes económicas que hemos ido pasando en esta villa, nunca hemos tenido carencias alimenticias y sobre todo hemos tenido una cocina consistente y propia para realizar los trabajos agrícolas.
Desde las migas realizadas con pan duro, que pacientemente era guardado en las gavetas hasta juntar para una buena sartén, que después se hacíaN piscos con las manos de todos los de la familia, en una sartén con poco aceite, con leña cortada en la Martina o en el Cepero y que daba un toque especial, hasta que el pan adquiría un toque dorado. Las migas siempre eran acompañadas con algo de grasa, como los buenos torreznos, o algo de fruta como el melón.
Las ‘papas fritas’ siempre nos han acompañado a los fraileros, por ser un plato socorrido y que generalmente se han plantado en el pueblo, teniendo buenas cosechas en las diversas fincas, siempre acompañadas de unos buenos huevos fritos, de los corrales de nuestra tierra, con yemas de bastante color amarillo y un sabor llegado del cielo.
Los remojones y ensaladas también han estado en el orden del día. Generalmente, los elaborados con buenos tomates de la Vega Cardosa, Sotorredondo o Linarejos, tomates criados con estiércol y con sabores que saben a gloria, aceite de las cooperativas de San Antonio o de San Rafael, exprimido con aquellos capachos de esparto y que ahora podemos encontrar en la almazara de Manolo el Sereno.
Los guisos y potajes los sigo comiendo en casa de mi hermana Maripi, que durante muchos años me ha devuelto los sabores y olores de aquella cocina de subsistencia que había más allá de los años 1960. Pero ahora, un potaje de lentejas, o de habichuelas es como una exquisitez que se mastica cada semana en su casa, es un caldo bien trabado con los ingredientes necesarios que está haciendo que no me pueda despegar de sus faldas y que incluso hay fracasado en alguna unión femenina, porque como ella cocina nunca he encontrado a otra mujer que lo haga. Sus anchoas blancas, con los lomos que están para comérselos y con bastante aceite de oliva. Su ensaladilla de patatas cocidas, con huevo y atún. Platos abundantes y de rico sabor. El lomo tan especial, con ese toque que nadie le ha podido dar, llegando a venir gentes de otros lugares a comerlo en su antiguo Bar Nuevo.
El choto al ajillo es otro de mis placeres favoritos, con bastante ajo que se impregne el paladar, con tajos de carne de los diversas partes del cuerpo del choto, de los que se va desprendiendo los diversos sabores. Ahora se puede saborear en los restaurantes del Choto y del Charro, pero lo mejor es comprar alguno en algún cortijo de la Martina y juntarse con algunos amigos y pasar un buen día.
Los placeres del mar también son saboreados por los fraileros, a mi me encantan el pescado crudo, mis padres tenían una pescadería y desde allí me viene esta afición. Una sardina cruda, a partir de las 12 de la mañana, con un buen trago de cerveza o de vino, es como subir al cielo de sopetón o unos boquerones con un poquito de sal y un buen vaso de vino del terreno, es otro de los placeres que he aprendido desde que tenía uso de razón.
Como postres, siempre me ha gustado lo dulce, especialmente el arroz con leche, donde la leche se vea en el plato y un poco de limón y canela en rama, las natillas de leche de cabra, temblando en el plato, con su poquita de canela molida. El gazpacho, con pepino, tomate, pimiento, sal y vinagre, fresquito en medio del verano, es otro subidón para el paladar y sin dejar de pensar, en las nueces, las almendras o los roscos o nochebuenos que aún se hacen en las panaderías fraileras.
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