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miércoles, 13 de enero de 2010

MANOLO EL SERENO, EL HOMBRE GENEROSO


Un día llegó por el norte, atravesando la Martina y se quedó para siempre en Frailes, Manuel Ruiz López, mejor conocido por el Sereno, aprendió que el camino más corto es la verdad y desde entonces sigue aprendiendo que lo más importante es estar bien con uno mismo.
Apenas tiene 84 años y se levanta cada mañana con ganas de vivir. Enciende su lumbre en la cocina de su casa, cuida a sus perros y gallinas y luce una sonrisa de niño ingenuo y divertido que desprende alegría y bienestar a su alrededor.
Es tan coqueto que es capaz de ir a cortarse el cabello cada mes a Pinos Puente, porque conoció allí a un peluquero que le hizo un corte en el que se veía bien y también es capaz de entusiasmar a cualquier extraño que se encuentre en su camino con sus palabras y sus hechos.
Parece que tiene el don de las lenguas y un día en el restaurante Rey de Copas, después de una comida, lo vi hablando con dos jóvenes inglesas, sin parar de charlar estuvo cuatro horas y las mujeres se reían, cuando le pregunté de qué hablaba con aquellas guapas bellezas, me dijo que lo entendían y que incluso le habían dado su dirección en Londres para que fuese a visitarlas.
En Frailes empezó a trabajar de mulero, llevando una yunta para arar de una familia de boticarios que tenían tierras de labranza. Pero sus inquietudes le llevaron a aprender por sí mismo que tenía que hacer muchas cosas. Pronto se hizo funcionario y vigilante nocturno de aquellas calles de Frailes, con uniforme gris velando por los sueños de los fraileros. Aquellos alcaldes franquistas vieron en él a un hombre que les resolvía multitud de problemas, aprendió albañilería y se hizo maestro de obras y ensanchó calles y conocimientos, inventó fuentes y agrandó vías y llevó calma a las inquietudes de aquellos tiempos grises de dictadura y miedos.
Lo conocí en mi infancia, cuando visitaba la pequeña tienda de mis padres en la calle Tejar de Frailes, daba consejos y seguía aprendiendo, algo tenía este hombre que todos acudían a él. Si el enfermero se ponía enfermo, él cogía los inyectables y colocaba aquellas banderillas de antibióticos a diestro y siniestro, si el maestro no podía acudir a la escuela, él se encargaba de impartir clases magistrales de la vida y de la muerte y todos quedaban encantados con su presencia y si el cura se ausentaba, allí estaba Manolo el Sereno, para redactar el nacimiento, matrimonio y defunción sin que nadie notara la ausencia del cura párroco.
Estuvo en África en la mili y se enamoró de la hija de mandamás marroquí, su inexperiencia hizo peligrar hasta su vida, pero aún guarda los recuerdos del Riff en su caja de cristal y aún piensa en visitar aquella región de tan alegres recuerdos para él.
Se jubiló y siguió viviendo su vida en jubilo. También aprendió el arte de las boticas y si no hizo formulas magistrales, alivió penas, atendió a enfermos y fue querido por todos las farmacéuticas que han ido pasando por la villa de Frailes en todos estos últimos años.
Un día conoció a Juan Eslava y este lo inmortalizó en sus libros, pero él le enseño el espíritu de la Sierra Sur, las veredas de sus sierras, el gusto de sus manjares y de vez en vez se llaman y se cuentan los recuerdos y se envían regalos.
Otro día conoció a Michael Jacobs y se confundieron entre quijotes y sanchos, paseando por geografías conocidas y desconocidas y fue a Londres y estuvo en el Parlamento y fue recibido como alguien importante.
Se interesó por los libros y colecciona muchos de ellos, con la rúbrica en la primera página, que se los envían escritores que ha ido conociendo. Salvador Compán es capaz de venir de Sevilla, por el solo hecho de comer con este hombre y dijo de él ‘le sobra siempre vida para regalártela y uno se pregunta cómo puede haber tanto hombre dentro de un solo Manolo; cómo son tan fáciles para él las cosas difíciles’.
Chris Stewart es capaz de venir desde su cortijo de Orgiva a tomarse un salmorejo junto a la noguera de su casa y decirle ‘Gracias, Manolo, por enseñarme el camino adelante y mostrarme que los años crepúsculos de la vida, no es necesario vivirlos en un estado de decrepitud ni con un régimen austero y atrevido’.
Manolo el Sereno es un libro abierto, capaz de enamorar a una Sara Montiel perseguida por 35 periodistas, mientras él la rescataba del cuarto de baño de su casa, donde se había quedado encerrada.
Ha sido capaz de inventar la almazara más pequeña del mundo e inventar el aceite más caro del mundo, para regalárselo en pequeños botes a amigos y desconocidos que visitan su casa.
En el portón de su casa ha colocado una paloma de la paz y desde que la edificó las puertas están abiertas para todo el que llega, desde el famoso escritor holandés Cees Nootemboom, hasta los amigos ecuatorianos a los que ha enseñado a elaborar las migas con chorizo y melón en este invierno de lluvias y frío.
Manolo el Sereno tiene el alma abierta y el corazón caliente, su cabello reluce blanco y sus palabras siguen siendo vigentes a pesar de los años, ha aprendido que el paso del tiempo le llevará a la vida por cualquier camino que ande.

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