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sábado, 23 de enero de 2010

LOS ÚLTIMOS CABREROS DE LA SIERRA SUR


Las piaras de cabras que había en la comarca de la Sierra Sur eran sacadas todos los días al campo, para que estos animales comieran, por unos señores que se llamaban cabreros pero que poco a poco han ido desapareciendo. Aunque aún quedan algunos en municipios como Alcalá la Real, Frailes o Valdepeñas de Jaén. En los años 1950 y anteriores muchas familias tenían una o dos cabras para poder tener leche para su consumo. Entonces, estas cabras eran guardadas por el cabrero y el propietario pagaba una pequeña cantidad mensual. Con el paso del tiempo, esta practica ha ido desapareciendo pero algunas personas siguen realizando este trabajo con una pequeña piara de cabras, cuya leche ordeñan cada día y venden a una fábrica o cooperativa.
Uno de estos cabreros es Manolillo, vive en la aldea de la Hoya de Charilla y a sus 75 años aún cada mañana saca a pastar su rebaño a las sierras cercanas y es capaz de subirse a un álamo de gran altura para cortarle ramón a sus cabras. Manifestó que no puede prescindir de su pequeña piara de cabras y las cuida cada día, levantándose muy temprano para realizar el ordeño e incluso hace queso para su consumo y el de su familia. Manuel sabe cada uno de los sitios de la Hoya de Charilla, ha recorrido sus campos, sus veredas, sus cuevas y sus prados y reconoce cada una de las piedras que componen estos lugares. Ha pasado toda su vida en estas tierras y a pesar de que se compró una casa en Alcalá la Real, con cuarto de baño y calefacción, no quiere despegarse de sus aposentos de la Hoya de Charilla ni abandonar su piara de cabra en manos de otras personas. Siempre lleva su honda hecha de esparto y cuando su ganado se adentra en fincas que no son de su propiedad, la piedra de la honda les advierte que están en un lugar prohibido.
Por los campos de Frailes, aún podemos ver a unos cuantos cabreros, que llevan sus propio ganado a terrenos de la Martina o de la Colada, y buscan allí su alimento. Al mítico Piruela que cada día iba a la Fuente del Raso para que sus cabras bebieran agua, han seguido otras personas, como Gregorio Mudarra, apodado Cuqui, que aún pasea su pequeña piara en los apriscos de estas montañas, buscando el verde de los prados entre las piedras altas de la Martina, montado en su caballo blanco vigila a su ganado y cada día va y viene por estas veredas con grandes peñones. En su casa de la calle Santa Lucia siempre ha tenido ganado de este tipo y junto con su padre David mantuvieron esta estela de los antiguos cabreros. También podemos ver a Antonio Chica Arenas, llamado Dondin, un hombre que tiene dos dones y que presume de ellos, el don y el din. Sigue fiel así mismo y pasea su piara por terrenos del Chaparral y la puerta de su casa está siempre llena de ramón de olivo en estos días de aceituna, para sus cabras.
Estos hombres, en el verano, solían dormir en el campo, llevando a su ganado a los lugares donde había pastos, comenzando la jornada por la tarde y subiendo a las montañas a pastar durante la noche, que había temperaturas más bajas.
Todos saben que cuidar cabras es un trabajo muy duro, como lo son todos los trabajos de la agricultura y la ganadería, a pesar de que se hayan mecanizado. Porque el caprino es el sector que más horas necesita. Y si bien, el pastor de ovejas o el vaquero han tenido más tiempo para socializarse. El cabrero no, porque éste tiene que ordeñar por la mañana y por la tarde, y los 365 días del año. Así, culturalmente, ha tenido poco tiempo para relacionarse.
Normalmente se levantan sobre las cinco y media de la mañana y practican el ordeño, que a pesar de que existen ordeñadoras, hay cabreros que todavía ordeñan a mano, pero los menos y porque tienen muy poco ganado. También ordeñan las mujeres y dicen que ellas dejan más relajada a la cabra. De hecho hay explotaciones de ovino y caprino que para el ordeño quieren exclusivamente mujeres. Ésta ha sido una de las tareas de la mujer en el sector, ayudar al marido en el ordeño.
Una vez se completa el ordeño, a eso de las diez, tiene que dar de comer a los animales, sobre todo cereal, aunque en el régimen extensivo lo conveniente es que tomen la mayor parte del alimento de la naturaleza. De ahí que a partir de las once las suelten en el campo. Así están hasta las siete de la tarde más o menos, para hacer distintos apartados: el recrío a un lado, las que no producen a otro porque tomen un pienso distinto y menos cantidad, y las de producción láctea a otro. De inmediato llega un nuevo ordeño, hasta las diez de la noche. Y así todos los días.
Los cabreros van desapareciendo y los hijos ya no imitan a los padres en este quehacer. Ahora se pueden ver grandes extensiones de tierra valladas con alambres de espino, donde se ven pastar a las cabras, sin cabrero, allí se les ve de distintos colores, con un perro a la entrada de la finca, metido en un bidón de lata, amarrado con una cadena que da pena de verlo. Lejos de los buenos perros de aquellos cabreros de antaño que eran capaces de jugarse la vida por sus dueños y cabras.
Los problemas del caprino siguen ahí, los ganaderos dicen que tienen problemas. Aunque la leche tiene un buen precio que debe estar relacionado con su calidad. En cambio el choto, el cabrito tiene mucha descompensación. En diciembre se puede vender a más de 9 euros el kilo y de enero a junio el precio baja, cuando a la hora de comprarlo en la carnicería siempre vale lo mismo. Los técnicos dicen que hay que tener formación en este sector, porque cuando se tiene formación, se sabe cual es la situación. Aconsejan que el sector debe unirse, al menor para comprar juntos, un grupo de gente de al menos tres personas, para comprar alfalfa, cereal o maquinaria.
Pero eso puede ser mucho pedir, el cabrero es un hombre individualista, que coge cada día su mochila con algo de comida y recorre sus lugares de costumbre, da de beber a sus cabras en el mismo lugar y vuelve a casa de noche. El cabrero practica una religión, todos los días del año, está apegado a sus cabras como una lapa y esa filosofía no ha prosperado en la gente de ahora.

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