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lunes, 6 de mayo de 2019

FRAGMENTOS DE FRAILESTUD


Frailes es una entelequia especial, un pueblo único y normal, un conjunto de personas, de voluntades, de acciones, de calles y fuentes que manan agua sin pedir nada a cambio. Es un lugar, una iglesia, un cementerio, una viña, una piedra, una fachada, una finca, una cabra, un mulo, un burro, cinco cerezas, dos aceitunas, 1.700 y pico de habitantes y otros miles que se fueron muriendo y marchando. Frailes es una estrella, un libro, una flor; una Santa Lucía que mira por los ojos de sus vecinos que cada 13 de diciembre la sacan en procesión. Frailes es un pájaro, un puñado de olivos, una carretera que sube hasta la Martina, una caja de ahorros, un gimnasio, una casa de la cultura, una Casa Consistorial, un colegio, cinco restaurantes y otros tantos bares, un cura y un sacristán, una familia gitana, una fábrica de embutidos, una fábrica de queso, una industria de la madera, varios puentes, un par de arroyos que van a un río que se llama Velillos, tres talleres mecánicos, una carpintería, otros tres talleres donde hacen puertas y ventanas de hierro, una granja de perdices, un par de granjas de gallinas ponedoras, una docena de cortijos y diseminados que se quedaron solos y con poca gente, un puñado de casas grandes, medianas y pequeñas, un gran número de parados que no paran, un buen número de inmigrantes: rumanos, ecuatorianos, colombianos, un grupo de ingleses y algún extranjero más que se quedó a vivir por aquí; es una banda de música, cuatro cabreros, un grupo de hombres y mujeres que hace Pasos de Semana Santa.
Frailes es un manantial, un conjunto de cerros y montes, un Guadalinfo, dos o tres pequeños supermercados, dos o tres peluquerías, una cooperativa de aceite, una ermita en el Calvario, otra para San Pedro, y una más para San Antonio; en Frailes hubo un ladrón de recuerdos, un hombre que hacía aceite de lujo, otro que arreglaba paraguas, una mujer que arreglaba huesos, varias que cosían y hacían vestidos, hubo un hombre que fue arrastrado por la corriente del río y nunca más se supo de él, o quizás alguien lo tiró al río y tampoco se supo de él. Había un hombre que hacía tejeringos al amanecer, varios que hacían obras por las mañanas y las tardes. Había mujeres costureras, bordadoras, otras que hacían bolillos y alguna hacía lo que quería, bueno, no tanto. Hubo una bruja pero no tenía escoba para viajar por el cielo, una orquesta de música que se llamaba Trébol y Teófilo tocaba el clarinete, era zapatero y portero en el Cinema España. Había un Tío de la luz, ahora hay cuatro, cinco o seis; hubo dos posadas y ahora hay diversas casas rurales, con piscina y comodidades para que disfruten los visitantes que llegan a esta villa. Las tiendas se convirtieron en pequeños supermercados pero en ambos había casi de todo, pero no todo. Había un hombre que vendía garbanzos tostados por las calles y tenía una medida, cambiaba garbanzos crudos por garbanzos tostados, pero la medida de los segundos era más pequeña, ahí residía su ganancia. Había dos tiendas de telas pero no había mucha gente que se hiciera un traje, solo pantalones y chaquetas de un tejido que olía mal y con el tiempo se deterioraba y había que colocarle algún remiendo para seguir usando la prenda.

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