En aquellos años de 1950, María la Betuna se
había instalado en la calle Tejar, 2. Una pequeña tienda en donde vendía casi
de todo le servía de sustento. Principalmente frutas, verduras y
–especialmente- pescado. Un local de unos 60 metros cuadrados, a teja vano, con
un par de muros en el medio, atravesados por dos vigas donde se colocaban las cajas
de sardinas, boquerones, jureles, pescadillas, cazón, pescada, gambas o
calamares. Había unas pocas estanterías en donde se colocaban productos como el
chocolate “Virgen de la Cabeza”, arroz en sacos, bidones para el salvao o la
harinilla, otro para la cal, sacos de pipas a granel, cántaros, macetas,
agujas, hilo, botones… Una pequeña mesa con una gaveta para meter papeles, un
espejo incrustado en el yeso y, en lo alto, colgado del techo, un cuadro de la
imagen del Señor del Paño. Esa era toda la decoración.
Juan Campos era el marido de María y se
encargaba de ir cada día a Alcalá para llevar productos a la tienda, casi
siempre el pescado, la fruta y la verdura. Se levantaba a las cinco de la
mañana y, por el cortijo Molino León, se dirigía a la ciudad de la Mota. Allí,
en el mercado de Abastos, situado en lo que hoy es la Fuente de la Mora, frente
a Consolación, compraba la fruta y el pescado, ‘peleando’ con los proveedores,
entre los que destacaban los Marañones, más conocidos como los Gaticos. Había que
volver pronto a Frailes para comenzar a servir a los clientes, ya que había una
feroz competencia con otros vendedores, principalmente con la familia Ribera,
propietaria de otra tienda, de iguales características, en el número 4 de la
calle Tejar, o sea, al lado una de a otra. También había otros vendedores como
Marcos o Cebolla que eran de Alcalá y vendían pescado y fruta por las calles
con un burro. Lo que hacía Juan Campos era coger un par de cajas de pescado y,
junto con alguna de sus hijas, se ‘tiraba’ por las calles de Frailes pregonando
su género y dando voces para que salieran las vecinas a comprar. Había mucha
competencia con los demás vendedores, por lo que aparecía la ‘batalla’ de los precios, siempre a la baja,
que hacían las delicias de los compradores. Lo mismo pasaba en la calle Tejar,
donde los Campos y los Ribera pregonaban sus diversos productos, a veces se
insultaban a gritos y hasta alguna vez llegaron a las manos. Era una lucha
verbal, con más ruido que nueces, pero el espectáculo estaba servido y la gente
se agolpaba en la calle y se lo pasaba en grande.
María la Betuna también se desplazaba a
Alcalá la Real a comprar productos para su tienda. Tomaba la alsina del
“Ajerezao” (actual Contreras) a las siete y media de la mañana y llegaba a
Alcalá sobre las ocho y cuarto, por una carretera polvorienta. La alsina hacía
paradas continuas en la Ribera Alta, en el cruce con la Ribera Baja, en la
aldea de Santa Ana e incluso en cualquier lugar donde los viajeros lo
requerían. Eran itinerarios casi “a la carta”. Los vehículos de Contreras
tenían un buen ‘morro’ por donde respiraba el motor, unos cristales que se
abrían con las manos y -en el techo- una gran baca donde se colocaban las
maletas y los productos que se transportaban.
María la Betuna se bajaba en la parada frente
a la iglesia de San Antón y el Paseo de los Álamos y visitaba a sus
proveedores. Entre los principales se contaban los Tromperos, uno que tenía un
salón de bodas en el Juego Pelota y otro una pequeña tienda en la calle Alonso
Alcalá. Compraba velas, atún, arroz, hilos, lana y papel de Antoñito Gutiérrez,
situada en frente. También solía ir al estanco para comprar tabaco empaquetado:
celtas y peninsulares, y tabaco rubio, como bisonte o tres carabelas. Luego
salía a las afueras del pueblo, al camino de Granada (lo que hoy es la Avenida
de Andalucía), y allí visitaba a Pepe Alameda y a su mujer Ramona y les
compraba macetas, cántaros y muchos sacos de cal. También frecuentaba las
tiendas del Llanillo, lugar en donde el comercio alcalaíno seguía floreciendo.
A veces se permitía el lujo de tomarse un helado en una heladería que había
junto al bar Ferreira, de la que también era propietario. E incluso, en
ocasiones especiales, llegaba a tomarse una manzanilla con aguardiente en la taberna
de Pepillo el Aguardentero, un establecimiento que abría muy temprano.
Era un viaje que hacía todas las semanas para
que su tienda estuviera abastecida del mayor número de productos que le pedía
su clientela. Un viaje que la asomaba al mundo de sus negocios, como una
ventana al aire fresco y a una vida más interesante. María volvía alegre, con
una sonrisa en los labios, y satisfecha por las compras realizadas. Era como
traer un pedazo de Alcalá a Frailes, algo nuevo, algo diferente …y unas
ganancias. Lo viajes a Alcalá la Real le daban a María un brillo especial,
conocía nuevas gentes, hacía amistades que le abrían nuevos caminos y, en fin,
era como una salida semanal a su vida cotidiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario