Frailes se iba modernizando y, aunque la
calle Cuevas y la calle Tejar, seguían siendo el centro de la villa, iban
apareciendo nuevos lugares. Manuel Zafra y su mujer Mercedes, por ejemplo,
abrieron una tienda de tejidos en la calle Hondillo, esquina con la calle
Cuevas. Cabe destacar que aquella tienda tenía dos escaparates grandes que
permitían mostrar los vestidos, pantalones, camisas, sábanas, calcetines,
colchas y las novedades en el vestir. Aquello cambió la forma de comprar la
vestimenta. Las costureras perdieron clientela para llevársela este
establecimiento que ofrecía el vestido o el pantalón ya confeccionado en serie
por firmas de Barcelona o Madrid u otros lugares. Cada mes llegaban viajantes
que enseñaban sus modelos a Mercedes y a Manolo y éstos compraban lo mejor que
veían en el repertorio. Aquello supuso una nueva forma de traer el vestido. Los
fraileros iban allí, probaban sus tallas y las arreglaban en un santiamén de
acuerdo con el gusto de cada uno. No había que esperar a elaborarlas.
Yo iba a aquella tienda muchas veces, miraba
los escaparates y entraba. Tenía un olor característico a prendas de vestir, y
allí estaba Mercedes, casi siempre muy atareada, y Manolo igual, viendo género,
colocándolo en las estanterías y casi siempre había alguien comprando algo.
Unos botones, una almohada, una tela, un vestido, unos calcetines o una
colonia.
Junto a la tienda de tejidos de Mercedes y
Manolo, se levantó otra casa su hermano Miguel Zafra, al que recuerdo vendiendo
pequeños y grandes electrodomésticos. Me parece que tenía una moto e iba a
muchas partes ofreciendo sus artículos. Recuerdo que en 1964 instaló un
televisor en el patio de su casa para que todo el que quisiera pudiera ver la
final de la Copa de Europa de Naciones, cuando España jugó contra Rusia y
Marcelino marcó su famoso gol de cabeza. Allí se junto una gran muchedumbre y
pudimos ver aquel milagro de la victoria de España sobre Rusia.
Igualmente, Miguel y su mujer Florencia
iniciaron el negocio de bordado de velos, cosa que implicó a muchas mujeres en
ello. Se trataba de hacer los bordados de los velos. Era un trabajo arduo y
lento en el que las mujeres que participaron ganaron algo de dinero, aunque
muchas se dejaran la vista en el empeño. Compraban el velo en casa de Miguel
Zafra y comenzaban su trabajo con la aguja y el dedal, dando puntadas para
rellenar aquellas flores de colores con aquellos hilos especiales. Bordar velos
se convirtió en una pequeña salida para muchas mujeres fraileras y para poder
sacar algún dinerillo, como ya queda dicho. En un pequeño bastidor iban dando
puntadas y puntadas, tardando varios días en bordar un trozo de encaje y
sacando tiempo de donde fuera para poder bordar aquellos pedazos de tela. Había
algunas que se juntaban y bordaban en un bastidor más grande y así tenían más
campo de visión. Una vez hecho el trabajo de bordado, se lo llevaban a Miguel,
que les pagaba lo convenido. Yo no sé si era mucho o poco, más bien sería poco,
pero este trabajo fue la única salida extra para muchas mujeres de la época.
Miguel fue desarrollando, después, este negocio y lo convirtió en Artesanías
Florencia. Vendió sus velos bordados en muchas partes de España. Su hija
Florencia y su yerno Vicente lo
siguieron y lo trasladaron a Alcalá, en una calle que hay junto al nuevo Centro
de Mayores.
La cooperativa de San Rafael también se
transformó, hicieron una nueva, con nueva maquinaria para elaborar el aceite, y
hasta una entidad bancaria se instaló allí: la Caja Rural de Jaén, con Paco
Mudarra al frente como director y Rafael Frías y Antonio Cruz a los mandos.
Pronto se convirtió en una puerta para el préstamo y el ahorro y muchos fraileros
se hicieron clientes y socios de aquella caja de ahorros. Los agricultores
hicieron uso de ella, en la calle Tejar, 5. Estaba incrustada dentro de las
instalaciones de la cooperativa y formaba parte de ella. Se subía por unas
cuatro o cinco escaleras y había un mostrador donde los operarios atendían a
los clientes. La Rural se fue convirtiendo en una entidad que asesoraba para
muchas cosas, ya que sus operarios resolvían problemas de los clientes y con
ello les hacían la vida más sencilla. Así mismo, fueron desapareciendo los
ahorros metidos en lugares como calcetines, liotes o alcancías.
El dinero de Frailes se fue transformando y
la gente confió en estas entidades, a donde los fraileros iban con su cartilla,
pedían el dinero que necesitaban y se lo daban si tenían. Algunos incluso
comenzaron a pedir préstamos y otros siguieron ahorrando, metiendo su dinero a
largo plazo para tener mayores intereses.
Antonio Vela, Pancanto, es otro de los
fraileros que ha dado prestigio a Frailes. Siempre lo recuerdo en su casa de
los Picachos, charlando con mi madre. Se entendían muy bien, como dos
negociantes que eran. Él y su hermano, Manolo el Chófer, tenían un taxi cada
uno; el primero hacía viajes a Jaén y el segundo a Granada … o a donde se presentara. La furgoneta de
Pancanto era conocido en todos estos ríos y vegas. Pues este hombre tenía
viajeros en Frailes, las Riberas, Mures y Alcalá, a los que recogía según el cliente le dijera. Su viaje era diario a
Granada. Sobre las seis de la mañana se levantaba e iba recogiendo viajeros en
los diversos sitios que le demandaban. Así iba llenando el coche o la
furgoneta. Disfrutaba cuando la veía llena, ya que era el pan de sus hijos como
él decía. Se iba a Granada para muchos asuntos y por muchos motivos: visitas médicas, a estudiar, a resolver algún
asunto en concreto, a coger el tren o un autobús que los llevara a otro lugar
de España o Andalucía. La labor de Antonio Pancanto era contentar a todos sus
clientes, pero una vez en Granada, tenía muchas horas para hacer mandados.
Yo lo veía mucho en unas cocheras que había
junto a la plaza de la Trinidad. Allí iba la gente a buscarlo y siempre daban
razón de él, pues era su cuartel de operaciones. Hacía todo tipo de recados a
gente de Frailes y sus alrededores, como llevar y comprar lotería para algún
bar o particulares, resolver cualquier asunto que le encargara su clientela,
pedir número para las visitas médicas, llevar algunos productos que no se
encontraban en los comercios de Alcalá, etc. Conocía todos los rincones de
Granada: donde estaban las Bodegas Granadinas, donde se podía comer un pollo
asado exquisito, junto a una ensalada, donde estaba el comercio de calzado más
barato o el producto más inverosímil. Todo esto lo sabía Pancanto. Y además
ayudaba en momentos necesarios, como cuando algún estudiante le pedía dinero y
él se lo prestaba y luego se lo pedía a sus padres. Pancanto era un hombre para
todo. Su cara sonriente la veía al volante de su furgoneta, haciendo ademanes y
guiños a los que íbamos subidos en ella. Si tenía viajeros de más, sacaba un
banquillo y lo colocaba en un rincón para que se subieran los viajeros más
jóvenes; tenía un gran sentido comercial y velaba con celo por su trabajo.
Pancanto era realmente un ganapanes.
Yo lo veía allí en mi tienda o en la pequeña
taberna, dando carcajadas, fumando con vehemencia, bebiendo un vaso de vino
gordo con una tapa, hablando con María la Betuna, trayéndole velas de cera para
alumbrar a los santos, o docenas de cohetes que servían para pagar promesas en
las procesiones. O apañando un choto, con las mangas subidas y ‘espatarragado’,
abriendo en canal el animal, con su navaja afilada o sacándole el pellejo.
Siempre con una sonrisa contagiosa y al lado un vaso de vino. Hacía negocios de
todo tipo, preferentemente con la setas de cardo: las compraba a los buscadores
y luego las vendía en Granada a buen precio. Él sabía donde estaba el bar más
barato y las mejores tapas. Por tanto, allí se juntaba con otros compañeros
taxistas, jugaban a las cartas, se reían y pasaban las horas. Cuando volvía al
mediodía, después de comer bajaba a la Cueva, tomaba café y se lo jugaba al
tute. Si ganaba se podía saber por sus sonoras carcajadas. Asimismo le gustaba
jugar al dinero, unas veces al platillo y otras al giley. Era valiente para el
juego y no lo amedrentaban los que tenían dinero.
Algunas veces colocaba la furgoneta frente a
la fuente de las Cuevas, sacaba un cepillo, una cubeta y algún trapo y la
limpiaba con esmero para que sus viajeros tuvieran un poco de confort, otras veces
llenaba la furgoneta de chotos, o de garbanzos u otras legumbres. Él sabía
donde venderlo todo y donde comprar todos los encargos que le hacían. Pancanto,
después de muchos años de trabajo, se jubiló y tal vez por eso se quedó
bastante triste. Se compró un auto Suzuki para no perder la costumbre de
conducir, dejó el negocio en manos de su hijo Manuel y éste lo siguió haciendo
como su padre, pero una grave enfermedad se lo llevó en la flor de la vida.
Todo Frailes lo sintió. Pancanto fue el taxista de Frailes por excelencia, dejó
su impronta y marcó un estilo único. Con un trabajo constante, responsable y
tratando de dar a cada uno lo suyo. Sabía que su negocio dependía de los demás
y lo hizo bien, cumpliendo con su deber. Yo lo sigo recordando con su sonrisa a
carcajadas, con las cosas suyas, imborrable, perenne, agarrado al volante de su
furgoneta, llena de viajeros, de chotos, de garbanzos y de sonrisas que se
asomaban por las ventanillas, mirando el camino a Granada, en las mañanas de
frío o calor o mientras se desperezaba Frailes. Él siguió y siguió conduciendo
aquella furgoneta con sus grandes manos, en invierno, en verano, en primavera …
y lo sigo viendo, bajando por la calle Mesones, entonces mi madre decía:”ya
viene Pancanto” … y los dos se reían. Quiero decir que se entendían, sabían lo
que era la vida, ganarse el pan desde bien temprano, cada uno en su puesto y
velando por sus hijos. Por eso se reían.
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