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viernes, 21 de diciembre de 2018

FELIZ NAVIDAD

Aquel día fui a Frailes a comer y en el pequeño parque de Las Cuevas me encontré a mi tío Camilo que estaba dormido en un banco; mi sobrina Rosita estaba allí, haciendo ejercicios en un aparato de gimnasia, después llegó mi hermana Maripi y mi hermana Juanita e inesperadamente llegó mi tía Dolores, con 92 años, es hermana de mi madre y me dijo que había venido a saludarme que me había visto desde la ventana de su casa. Mi tía Dolores es una superviviente de aquellos tiempos, ha cuidado a mi tío Camilo durante toda su vida, ellos son mellizos. Su cuerpo es menudo y las manos le tiemblan pero sigue teniendo la fuerza de las madres antiguas, aquellas madres que se quitaban los bocados de su boca para dárselos a sus hijos. Ella sigue allí en su casa de la calle Carboneras, frente al bar La Cueva, pensando en los demás. Y la sigo recordando en aquella casa de mis abuelos, en la calle Corral donde éramos más pobres que ahora, pero teníamos una gran ilusión; mi abuelo Camilo también tenía un burro y vendía baratijas por los cortijos de la sierra y las cambiaba por huevos, quesos, lentejas o garbanzos. Mi hermana Juanita aquel día estaba nostálgica y hablaba de la Navidad de los años 1950 y 1960 y decía que se juntaban en mi familia solo para cantarle al Niño de Dios, con mi tía Regina, mi tío Lopera y mi madre que tenían unas buenas voces y no tenían casi de nada y se lo pasaban en grande. Ellos mismos se hacían las zambombas con un pellejo de conejo y una orza, así como un carrizo; el pellejo lo secaban en el fuego o al sol y aquellas zambombas sonaban con una gran identidad. Aquellos villancicos que cantábamos en familia me han acompañado siempre y nunca los he olvidado. Algunos los he ido oyendo en otras familias que han compartido conmigo sus Navidades, como la familia de Alicia y Pedro en la calle Oteros y la de Moisés y Enriqueta en el barrio de Iberoamérica de Alcalá la Real.

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