Lo conocí hace años pero no habiamos intimado. La primera vez que lo ví, me sentí afortunado pero él se mostró distante y no me hizo ni caso y se fue a su escondite.
Hace unos días estuve con él. Hicimos un viaje juntos. Él iba en su cajón gatuno y yo junto a él en el asiento trasero. Me miraba y nos mirábamos pero no había feeling o como se diga. En eso estábamos cuando llegamos a nuestro lugar de destino. Salió de su jaula y Carmen le colocó el pienso y el agua al instante y lo piropeó una y otra vez pero él se mostraba extraña en aquella casa rara, junto al mar.
Gordo, como se llama el felino, se escondía una y otra vez y apenas los veiamos los que habitabamos la casa, de vez en cuando lo veiamos pasar con su rabo tieso.
Gordo es grande, blanco, sedoso, silencioso, afortunado, remolón, paciente, a veces es un gato raro, pero se comporta como lo que es.
En aquellos dias seguiamos sin comunicarnos, pero una tarde que me quedé solo con él, salió de su escondite, debajo del sofá y vino hacia mí, ronroneando, meneando el rabo, le acerqué mi mano y él se acercó aún más, mis dedos tocaban su lomo y él se mostró contento, me seguía y se pegaba a mi pantalón y a mis pies. Me senté en el sofá y él me siguió, cada vez que lo acariciaba, él movía los bigotes y me hablaba a su manera.
Durante algunos días hicimos lo mismo y entonces comprendí el porqué la gente tiene animales y la función que ejercen en sus vidas.
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