Estaban allí, extendidas en sillas metálicas, mirando el patio acristalado
de aquella residencia. Había mujeres
calladas, otras que no paraban de hablar, mujeres pensativas que estaban en su
mundo. Mujeres lindas, pesadas, mujeres con vida que arrastraban sus pies por
aquellos pasillos soleados, mujeres con vidas atrasadas, como con poco futuro,
pero ansiaban seguir pensando en él. Había mujeres dormidas por el tiempo,
otras que soñaban en sus mejores días, las había abandonadas, muy aseadas,
peinadas, con canas, con batas ligeras para el verano. Estuve con aquellas
mujeres emocionadas que esperaban la caricia de un nieto, me miraban, eran
educadas, alguna se reía, otra iba a la capilla, me daban la mano, me
explicaban un poco de su vida, me miraban. Josefina tenía las uñas pintadas,
olía a rosas; Emilia se sorprendió al vernos y su cara cambió como de la noche
al día, se sintió normal, como si hubiera recuperado a algunos que había esperado
durante tiempo. Allí, había paz, tranquilidad, bullicio,
libertad aprisionada por el propio miedo interior. Vi habitaciones con vistas
al exterior, limpias, ordenadas. Mujeres con pañales como si fuesen bebés,
mujeres con vida interior y exterior, mujeres serias con sonrisa suave que
habían besado, alguna vez, a hombres reales. Mujeres con un pasado y con un
futuro cierto y seguro, como el mío, como el tuyo. Yo me vine de allí pensando en ellas,
pensando en mí, enfrentado a mis ideas, buscando un camino que siempre recorro,
pero vi vida como en cualquier sitio, donde hay mujeres y también hombres. Eso
sí, aquellas mujeres no llevaban zapatos de tacón, pero alguna se los pondría
en sueños, mientras bailaba en aquella terraza tomada por la luna de la
medianoche.
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