Alcalá la Real es un todo que sigue luchando por subsistir, vivir y convivir; hay gente que piensa, ríe, llora, camina, trabaja, come, bebe, sueña, tiene esperanzas, se enamora, madruga, trasnocha, juega, ayuda, sube, baja, se entretiene, ve el sol y las estrellas y cuando hace calor pues todos dicen que han subido las temperaturas y cuando hace frío piensan que han bajado. Alcalá es una fortaleza fortificada que se ha convertido en el estandarte de su identidad y aún se ven en las almenas algún morisco que aún no se ha dado cuenta que la Reconquista ha finalizado. Alcalá es como el Llanillo, con muchas casas deterioradas pero que conserva la esencia de su elegancia en las tardes del estío. Alcalá es agricultura, es campo, son casas antiguas y nuevas, es como una niña, un joven, un adulto, un viejo porque tiene vecinos de todas las edades. En Alcalá hay soñadores, trabajadores, caminantes, gente ociosa, parados, preparados, estudiados, comprometidos, pasotas, desertores, emigrantes, estudiantes y hasta habrá algún elefante. En Alcalá los monumentos se cuentan por decenas y en las noches de invierno el frío ruge por las ventanas y choca con paredes transcendentes. Hay una Alcalá alta y otra baja, una con calles estrechas y pendientes y otra con avenidas y llanuras que antes era de frontera y ahora no es mora ni cristiana pero sigue siendo religiosa, con muchas cofradías y hermandades; con asociaciones de mujeres y con amas de casa y casas sin amo. Hay muchos pisos vacíos, hay gente sin casa y gente que tiene, aún, tres casas. Hay egoístas, embusteros, mentirosos, verdaderos; hay casi de todo, como dolor y alegría y en agosto la fiesta de la Virgen de las Mercedes sigue siendo un acto de fe y otro de esperanza y miles de fieles se arremolinan en las calles como si no hubieran pasado varios siglos y como si no hubiera democracia. En Alcalá una puerta se abre y otra se cierra y hay bares para 80 habitantes y hay un padre para cinco hijos e hijos sin padre. Hay gente que triunfa y otros que cada vez van a peor, pero sigue la vida y no desfallecen porque parece que el fracaso no existe y la esperanza persiste porque hay barrios como Las Cruces o como el barrio de San Juan que siguen ahí perennes como si el tiempo no fuese con ellos, aunque han cambiado algunas de sus caras. En Alcalá la Real hay polígonos industriales, alguno lleno de empresas, con talleres y venta de muchos artículos, otro con pocas empresas pero con ganas de que se vayan instalando y otro con industria del plástico, con fabricación de bandejas o con botellas para el agua.
Hay una Alcalá de aldeas, una Alcalá urbana, una Alcalá que siente, que practica, que busca el porqué de lo que pasa. Hay montes y valles, tajos y riberas, árboles y espárragos, carreteras pero no hay autovías, ni paradores, pero sí hay un hotel y varios centros escolares públicos y concertados y hay pocos analfabetos y han venido gentes de otros lugares buscando algo de vida y futuro para seguir soñando. Alcalá es mágica, tiene una serie de hombres que convierten el agua en vino; el trigo en pan; la cebada en cerveza y la aceituna en aceite. Hay una mujer hermosa que cabalga en un caballo blanco, sin zapatos de tacón y en las noches azules se le ve por el Portichuelo camino de un amor inútil, vacío y sin futuro. En Alcalá van los enamorados tomados de la mano; hay flores en alguna esquina y en el Pilar de los Álamos se refugiaba Pedro y hablaba de batallas perdidas con una camisa limpia. Una vez vi en Alcalá un hombre que caminaba en un aro gigante y daba vueltas por la Avenida de Andalucía, echaba fuego por la boca y un humo blanco anunciaba la fiesta de julio. En Alcalá saboreé mi primer helado, asistí a un curso de catecismo, estrené mis primeras zapatillas deportivas; una vez me compré un abrigo que me llegaba a los pies y otro día me compré un pantalón blanco que me lo puse una sola vez. En Alcalá, Pepe camina con parsimonia, mira por donde pisa, respira y toma café con churros en la Avenida de Europa. En Alcalá, el Arcipreste se hizo una estatua y desde las alturas mira y observa todo lo que pasa.
Hubo otro poeta que escribía sonetos pero naufragó una tarde en un puerto sin barcos. En Alcalá, unos pocos se hicieron ricos y construyeron pisos y compraron fincas de olivos subvencionadas por las oscuras ayudas de la Europa oficial. En Alcalá, un día vi a una mujer que tenía un vestido de mil colores. Otra practicaba yoga y usaba calcetines de lana y una tercera cantaba por bulerías y nadie la escuchaba. Hay mujeres que son independientes de toda acción u omisión que se tercie y en las noches de verano van juntas a realizar un aquelarre en la Ciudad de la Luna, con sus manos unidas. Alcalá parece perdida entre el EDUSI, la PAC, el desinflado parador o la dudosa autovía, pero se llenó de fábricas de plástico, pequeñas y grandes y se convirtió en referente del sector en la tierra. Alcalá es una mujer soltera, con hijos, o viuda con muchos nietos que tratan de salir adelante, pasando de un tiempo con muchas oportunidades y buen sueldo, a recibir una pensión que no le llega para pasar el mes.
Alcalá se debate entre el norte y el sur, entre su socialismo hegemónico, un conservadurismo que aún no se sabe lo que puede dar de sí, y unos pocos soñadores que aún celebran el 1 de mayo y reparten un arroz caldoso entre sus acólitos. Hay muchos perros en Alcalá, la gente cuida de estos animales, los llevan atados, los sacan por las mañanas y algunos quieren mucho a sus canes; pero otros hay que no los cuidan, e incluso los abandona; hay incluso asociaciones en defensa de estos animales y esto es un signo de cultura de un pueblo, pero creo que antes tienen que cuidar a sus semejantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario