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miércoles, 21 de diciembre de 2016

AQUELLOS AÑOS DE INFANCIA


En aquellos días no había calefacción en mi casa ni sabíamos lo que era, sólo encendíamos la lumbre en una chimenea que había en la cocina, sobre todo por la noche, cuando mi madre subía de la tienda, con unas cajas de pescado vácias, a las que colocábamos en aquella chimenea y tenían un impacto fuerte, pero el calor no era duradero. Era como darnos un alegrón de alta temperatura para luego quedar sin fuego. 
Vivía una mujer frente a mi casa que se llamaba Virtudes y vestía toda de negro. Era buena y a veces, cuando no estaba mi madre en la casa, me iba a la de ella para estar acompañado, tenía una habitación amplia pero fría y en la mesa-camilla era el único lugar donde había un poco de calor. Ella me hablaba de sus hijos y de sus problemas y parece que no iban todo lo bien las cosas. Por la noche, y para acompañarla venía un nieto suyo que dormía allí y se marchaba por la mañana. 
Los niños, en invierno, salíamos a la calle a calentarnos cuando el sol daba en la calle Corral, era como una especie de despertar, pues los rayos solares daban en nuestras casas muy pronto. Le decíamos la recacha a un lugar donde no entraba el viento pero si daba el sol, allí nos refugiábamos y pasábamos algunos ratos. 
Me gustaba bajar hacía la calle Corral y llegar al Barriohondillo y a las Cuevas y desde la baranda de la carretea mirar el cauce del río cuando había llovido. El agua lo invadía y arrastraba algunos troncos de los campos de Sotorredondo. Los hombres fraileros no llevaban abrigo en el invierno, a lo sumo una bufanda y combatían las bajas temperaturas abrochándose el último botón de la camisa. Los calzones estaban remendados varias veces y combatían el frío tomando un poco de aguardiente. 

Junto al río, había un herrador de animales que se llamaba José y herraba bestias como burros y mulos, también había una carbonería de un hombre que se llamaba Pajote. En aquél patín, los hombres, cuando no trabajaban, jugaban al tito, era como un cartucho vácio de escopeta, en lo alto se le colocaban las monedas que cada jugador exponía y desde una distancia adecuada y por orden, aquellos hombres trataban de desequilibrar el cartucho. Había algunos que tenían una gran habilidad para ello y tirando una especie de piedra redondeada y pequeña abatían el cartucho y se llevaban el dinero. 

Yo merodeaba la casa de Miguel Tello, mi admirado vecino. Estaba a unos pasos de la mía. Él tenía un palomar con un par de decenas de palomos. Tenía una especie de trampilla por donde se colaban aquellos animales buchones y había hecho unos nidos para que anidaran las hembras. Me colocaba junto a la puerta de su casa y cuando salía, lo abordaba y comenzaba la relación. Solíamos entrar de nuevo a la casa y llegar hasta el palomar, allí me enseñaba los pichones y los palomos que vivían en parejas. También, tenía un tinao con animales cabras y ovejas y había una buena temperatura cuando nos arrimábamos a aquellos animales peludos.

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