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lunes, 21 de diciembre de 2020

MI TIO CAMILO SE FUE A POR LEÑA

 



Yo nací en la calle Horno de Frailes y allí, un poco más abajo, conocí a mi tío Camilo que era hermano de mi madre, María la Betuna. Lo veía como un hombre que siempre tenía ganas de comer, que saludaba a todo el mundo, especialmente a los cortijeros con los que tenía cierta complicidad, por conocerlos a muchos de ellos, porque acompañaba a mi abuelo Camilo cuando iba a vender sus sencillos productos por todos los cortijos cercanos a Frailes. Mi tío Camilo trabajaba como una bestia, algunos desaprensivos se reían de él e incluso lo molestaban con malas artes; pero él siempre iba a lo suyo, buscaba pañetas de leña en los campos y montes cercanos a Frailes, descargaba enormes camiones de abono que llegaban a la cooperativa del aceite y hacía mandados a cualquier persona que lo requería. Fumaba mucho y se bebía grandes vasos de vino cuando podía. Una de las cosas que más le gustaba, era cantar y tenía todo un repertorio de canciones que solía interpretar cuando se encontraba a gusto, especialmente los villancicos que era todo un experto y tenía una voz potente y fuerte. Después cuando murieron mis abuelos, se hizo algo independiente, pero siempre estuvo protegido por los cuidados de mi tía Dolores y los dos son mellizos. Mi tía Dolores se lo llevó a su casa cuando vio que le iban fallando algunas cosas y lo cuidó con ahínco; yo lo veía en aquella casa de la calle Carboneras, con su cazadora medio azul y con su gancha y a veces lo invitaba a un café y me decía sobrino y se reía, allí en el pequeño parque de la calle Cuevas se quedaba dormido en un banco, o andaba, incluso con un gran esfuerzo hasta llegar hasta el bar de los Jubilados y últimamente hasta la Posá. 



Aquel hombre diferente que cantaba y descargaba camiones grandes, llenos de abono y de yeso muy caliente, fue viviendo su vida como siempre y fue servicial, trabajador, amigo y sobre todo una persona que amó la vida, no sé si fue feliz pero algunas veces lo consiguió y reía, cantaba, fumaba, comía y bebía grandes vasos de vino de un tirón y saludaba con grandes aspavientos. Mi tío Camilo era una persona entrañable que ayer murió y fui a darle un último adiós y lo vi en la calle Horno y en la calle Carboneras, detrás de mi abuelo y con noventa y tres años, subiendo la cuesta de la calle Corral o echándole una cesta de paja a aquel burro que más de una vez me tiró al suelo.   

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