Después de tantos días recluido,
había pensado que lo que me gustaría, es salir con el coche, poner un par de
bocadillos en la mochila, salir pitando para la Martina y tirarme todo el día
andando por el campo, tomando el sol y reconciliándome con la Naturaleza. Ver
las cabras y ovejas de Cuqui, pasear por alguna vereda, preguntarle por la salud
y tomarme una cerveza con él. Subir hasta la viña que fue de mi padre y
recordar cómo cortábamos las uvas en aquel paraje tan pendiente, andando con el
pie de medio lado y tomando al mediodía un pedazo de queso, con uvas y un trago
de vino. Los capachos llenos de uvas, los subíamos a lomos de un burro que teníamos
y a través de una vereda empinada, bajábamos con cuidado para no escurrirnos y
no caer a un barranco bastante peligroso. Eran unos quinientos metros con mucha dificultad, pero duraban poco y al final, llegábamos a la carretera, me asomaba a la Fuente del Raso y veía su agua salir.
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