Escrito por Gonzalo Velasco, profesor de Filosofía en la Universidad Camilo José Cela
En su número de abril de 2015, la revista satírica El Jueves mostraba en su portada la caricatura de un Pablo Iglesias desarrapado, machete en mano, tras abrirse paso por una angosta selva. A su espalda, por el mismo camino del cambio que acababa de abrir en la espesura, surgía impoluto y sin esfuerzo Albert Rivera. El titular, "Ciudadanos a rebufo", parecía ratificar la tesis que poco tiempo antes Alberto Garzón había esgrimido para criticar la postura presuntamente desideologizada de Podemos: al haberse limitado a dicotomizar el espacio político en el eje casta vs. pueblo, sin apelar a una identidad de izquierda subyacente, el partido morado estaría dejando el campo libre para que un partido como Ciudadanos usurpara el lugar del cambio y, desde ahí, garantizara que todo siguiera igual.
El éxito electoral de Podemos en las elecciones del 20D refutó parcialmente la tesis de Garzón sobre la revolución pasiva de Ciudadanos (término gramsciano que conceptualiza la famosa sentencia de El gatopardo: "cambiar todo para que nada cambie"). En el horizonte de la nueva concurrencia electoral, propongo el siguiente ejercicio de periodismo-ficción: ¿sería posible una portada de El Jueves en la que Garzón acompañara a Iglesias en la penosa tarea de abrir el camino del cambio, ondeando sus banderas de izquierda, mientras por detrás Pedro Sánchez y Rivera avanzaran campantes sosteniendo una pancarta que rezara "Moderación".
Mi ingenio no da la talla de las mordaces portadas de El Jueves, lo sé. Sin embargo, creo que esta imagen nos puede ayudar a entender lo que a mi juicio debería ser una clave a la hora de forjar la confluencia entre Podemos e IU que hoy parece imponerse como inevitable. El efecto del cínico pacto entre PSOE y Ciudadanos fue bloquear la situación política, creando en el ínterin una suerte de pinza de buenos modales que retratase a Pablo Iglesias como un radical peligroso para los intereses de la razón de Estado. Las maneras gallardas de Sánchez y Rivera, su invocación al imaginario de los grandes estadistas, y la elegía a un grouchiano "ponerse de acuerdo en que tenemos que estar de acuerdo" buscaban dejar a Podemos en el lugar del partido izquierdista que hace prevalecer sus convicciones en lugar de asumir con responsabilidad las concesiones necesarias.
En este escenario, el vaticinio de una confluencia entre las fuerzas de izquierda puede no ser una mala noticia para PSOE y C's. Es justo ahí, en el lugar de la izquierda radical que se opone a al discurso del consenso a toda costa, donde ambos quieren a un Podemos que, en su versión más transversal, haría temblar los cimientos de su base electoral.
Dicho de otro modo: la aparentemente revolucionaria confluencia puede generar una revolución pasiva favorable a los partidos gatopardianos. Sin salir de esta referencia cultural, me permito otra remisión a Gramsci para explicar el fenómeno. El filósofo sardo, en su análisis del proceso de unificación italiano, sostenía que Cavour (monárquico piamontés) era consciente de su objetivo en la medida en que comprendía el objetivo de Mazzini (partidario de una unificación republicana y liberal), mientras que este, "por su escasa o nula comprensión del objetivo de Cavour", era en realidad poco consciente de su propio objetivo. Como resultado, la unificación de Italia se llevó a cabo según los principios de Cavour, mientras que Mazzini tuvo que exiliarse.
Trasladado a nuestro contexto político, la pregunta ha de ser: ¿son Podemos e IU conscientes del objetivo del resto de fuerzas y del aparato mediático que les apoya, o son solo conscientes de sus propios objetivos? No se trata de una cuestión de mero tacticismo. Lo que Gramsci aplicaba a la política del risorgimento italiano no es más que una constatación lógica sobre el modo en que se construyen las identidades: no basta con que cada uno de nosotros nos definamos a nosotros mismos para que el resto nos reconozca a partir de esa definición, debemos construir esa definición a partir del modo en que previamente se nos reconoce.
Durante su corta pero intensa trayectoria, Podemos ha demostrado una total conciencia de la necesidad de romper con las identidades adjudicadas por sus contrincantes políticos.
Ocupar la centralidad del tablero y lograr una presencia transversal no es una opción de la corriente errejonista del partido, como ahora se asevera. Es parte de su especificidad constituyente. Podemos es consciente de que su éxito estriba en lograr que ciudadanos que no se identifican con la ideología y la estética de izquierdas apoyen sus medidas y su ideal transformador.
IU, en cambio, en la polifonía de sus voces internas, se ha mantenido fiel a una identidad de izquierdas que parece renunciar de antemano a representar a aquellos que no se identifiquen con la mochila de luchas a las que sin cesar apelan militantes excelsos como Cayo Lara, Gaspar Llamazares o Teresa Aranguren cuando se trata sobre el posible entendimiento con Podemos.
En este escenario, se vislumbran dos modalidades posibles de confluencia. Una que implique una confederación de izquierdas capaz de logra el sorpasso al PSOE, otra que conforme una herramienta política y cultural capaz de transformar el país.
Para que esta segunda se logre, IU tiene que asumir su responsabilidad histórica y comprender cuál es su función representativa actual. La izquierda se caracteriza por reivindicar la emancipación de los grupos excluidos por la racionalidad política imperante en cada momento histórico. IU se constituyó con este fin, pero ha dejado de tener el monopolio de la representación de la mayoría de demandas sociales existentes. En la actualidad, IU es el espacio que mejor representa la cultura política asociada al trabajo sindicado y a las demandas históricas de lo que muchos de sus votantes reivindican como "izquierda auténtica". Son demandas importantes apoyadas con las que se identifica una base electoral aun muy amplia.
Pero no deja de ser un espacio de representación sectorial como otros tantos que se organizan a través de plataformas, ONGs, o partidos territoriales como son En Marea, Compromís o En Comù Podem. La diferencia entre estos e IU, es que el partido que lidera Garzón todavía sigue pretendiendo que sus demandas sectoriales sean las de toda la sociedad.
Es cierto que la figura pública de Alberto Garzón se distancia de línea marcada por los dirigentes del PCE e Izquierda Abierta, entre los que no en vano suscita virulentos rechazos. Sin embargo, como aquellos, Garzón también defiende que la confluencia entre Podemos e IU se plantee como una agregación de fuerzas equidistantes. En su caso, el motivo no es la mochila de luchas que aquellos reivindican, sino una suerte de fe en que IU pueda constituirse en una fuerza aglutinadora de las culturas de izquierda y los movimientos sociales. Su argumento más repetido (la última vez el pasado 1 de mayo), es que si las PAHs o las mareas han tenido que autoorganizarse para hacer valer sus demandas, es porque ningún partido estaba ahí para articularlas. Su cacareada Unidad Popular vendría a ser la fórmula política para que estas iniciativas sociales no tuvieran que marchar solas políticamente.
Esta opinión nunca podría haber venido de un representante de Podemos. Esta formación se constituye como una herramienta para canalizar institucionalmente las demandas articuladas de forma auto organizada en la sociedad civil. Podemos no aspira a asumir dentro de sí a PAHs y Mareas: sí a ser su canal de expresión política actual. Y en su corta vida parlamentaria desde las autónomicas de 2015, lo está logrando. Podemos se constituye como un "partido-herramienta" precisamente porque cree en la necesaria autonomía de los movimientos sociales, no porque aspire a suplantarlos o a articularlos.
Creo por tanto que ni por la línea del fardo de luchas ni por la versión de la Unidad Popular existen argumentos para que la confluencia deba producirse en términos de fuerzas equivalentes. Alberto Garzón tiene una responsabilidad clave para lograr que la confluencia esté a la altura de la nueva lógica política. Por un lado, arrastra el voto de la autodenominada "izquierda auténtica". Por otro, despierta la ilusión de los que reconocen en él un producto de la generación de políticos que vio la luz con el 15M. Tiene que decidir entre fortificar a la izquierda en su espacio histórico de marginalidad, arrastrando con ello las posibilidades de triunfo de Podemos y las confluencias, o sumarse como una confluencia más entre otras para que las legítimas y necesarias reivindicaciones de izquierda logren por fin traducirse parlamentariamente mediante una fórmula ganadora.
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