La música del tango y la chanson se hicieron eternas en el teatro Martínez Montañés en la tarde-noche del pasado sábado, fue culpa de Jolis y sus músicos Morten Jaspersen al acordeón y piano, el médico Rafael del Castillo, al bajo y Nicolás Medina a la guitarra. Y en medio de todos ellos, la figura de Jolis, un hombre entusiasmado con lo que hace, quae con su música y canciones trasladó al mundo de los sueños y de la mente, aquellas canciones que resucitó Edith Piaf y el flaco Carlos Gardel.
El tango y la chanson se oyeron como si el Sena pasara por Alcalá o la calle Corrientes fuese el Llanillo. El sonido característico del acordeón de Mortensen, un hombre llegado de Copenhague y que se instaló en Granada, se clavaba en la mente de unas setenta personas que había en el teatro y los llevaba en volandas a través de estos sonidos que desgarran el amor y hacen de la música un valor único y eterno.
Jolis tocó su moderna guitarra, emuló a los grandes cantantes franceses, dio una lección de historia del tango e incluso aprovechó para decir que no tenía novia y también para vender el cd con el concierto completo.
Los pies se meneaban en el suelo del teatro Martínez Montañés, las cabezas se movian al ritmo de Jolis, Edith Piaf resucitó. Charles Aznavour salió al escenarioy la música y la esperanza se mezclaron con las ganas de vivir y de tocar que aquellos cuatro hombres pusieron en el escenario del Martínez Montañés.
Nicolás Medina movia su cabeza, como intentando decir y de afianzar su ritmo y le hacía guiños de complicidad a Morten. Mientras la voz de Jolis recorría los escenarios franceses y de Buenos Aires y seguía contando anécdotas de los grandes del tango.
Las canciones se fueron sucediendo,: Padam, C’est magnifique, la vie en rose y Jolis se fue creciendo, alargaba el sonido gutural característico de la France o invitaba a los presentes a repetir una palabra concreta para acompañar la canción.
Jolis logró la armonía entre su música y el público y éste le aplaudió todas sus canciones, haciendo de la música un placer eterno que da al cuerpo una serie de sensaciones esenciales por las que vale estar vivos.
Cuatro músicos, cuatro ilusiones, un público nostálgico, Alcalá, el teatro Martínez Montañés. Las canciones y el amor están vivos y se hacen eternas porque la buenas música levanta sentimientos aunque estén agazapados en el interior oculto.
Y aquél hombre, Yolis, con su traje oscuro, su camisa oscura, su pañuelo blanco, su barba incipiente, su peinado alisado volvió a recordar una vez más que el amor está ahí en cualquier lugar, presto para tomarlo, en una simple canción que recorre el cauce del Sena sagrado o el Buenos Aires ‘canchero’ de los tiempos de Gardel.
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