Amaneció un
día intenso, un día luminoso de Domingo de Ramos que impregnaba de palmas y
olivas la Semana Santa alcalaína. Desde primeras horas se veían jóvenes con
capirotes blancos en sus brazos que se dirigían, a través de la calle
Álamos a la iglesia de las Angustias.
Allí, a partir de las 11:00 horas olía a incienso, el humo ascendía impregnado
de este olor por los balcones adornados con lienzos de color lirio y mujeres de
las de siempre se asomaban a los balcones. Dentro, en la iglesia se celebraba
la santa misa. Y unos minutos después de las 11:00 horas comenzaron a salir las
cruces, los apóstoles con palmas y olivas, los curas y los estandartes,
mientras la banda de música llegaba por la plaza del Ayuntamiento para
instalarse junto a La Borriquilla. Los capataces medían el tiempo y el espacio,
mientras los niños hebreos se miraban su aspecto y sus padres cuidaban de que
no se lo deterioraran. Se abrió el portalón donde se albergaba desde la noche
anterior la imagen de La Borriquilla y los capataces seguían dando ordenes a
los costaleros, todos vestidos de blanco y orgullosos, ellos, de ser de La
Borriquilla. El himno de España sonó con tan solo asomar Jesús montado en su
pollino, las vivas y los aplausos se unieron al incienso y decenas de
fotógrafos dieron al click de sus máquinas para inmortalizar el momento.
Mujeres y hombres habían recogido sus palmas y olivas bendecidas. Domingo de
Ramos en Alcalá la Real, el que no estrena se condena y Alcalá estrenó un nuevo
Domingo de Ramos, con La Borriquilla en la estrecha calle de las Angustias,
dominando desde lo alto de la calle Miguel de Cervantes, con el miedo en el
cuerpo porque las nubes hicieron acto de presencia y la lluvia podía desmejorar
un Domingo de Ramos que había amanecido espléndido, con sol, con alegría y La
Borriquilla siguió por su recorrido y el incienso se disipó entre los presagios de la lluvia y
de las nubes blancas y negras del cielo alcalaíno.
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