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miércoles, 10 de octubre de 2018

EN TENGUERENGUES

Desde hace años, está todo en tenguerengues, no solo como una especie de inestabilidad sino que no hay seguridad de ningún tipo. Habíamos alcanzado un atisbo de sociedad del bienestar y se ha ido perdiendo por la mala gestión que han ido realizando los gobernantes de España.
El asunto de la independencia de Cataluña ha repercutido tanto en nuestras vidas que ha cambiado la forma de gobernar, llevamos muchos años en que los partidos políticos no se encuentran así mismos. Es como si hubiera miedo a tocar las infraestructuras de esta España porque en un instante se desmoronarían. Las 17 autonomías nos han llevado a la quiebra de la economía, no hay estado que aguante estos gastos y este error no lo saben o no lo quieren solucionar.
La Reforma Laboral que hay hoy vigente, ha convertido a los trabajadores en personas que no pueden subsistir, son obreros pobres que se convierten en esclavos y además sacralizan el trabajo como algo sublime que casi es inalcanzable. Nuestros hijos tienen peor futuro que nosotros, con puestos precarios, sin saber las horas que dan y a expensas de lo que quieran hacer los que mandan.
Ahora, resulta que no hay dinero para las cosas importantes: servicios sociales, sanidad, educación, comunicaciones, empleo, pero si hay dinero para fruslerías, como aquí en Alcalá la Real: dinero para la feria de septiembre, dinero para deportes, dinero para ferias turísticas, dinero para exposiciones. Pero habría que preguntarse si el ciudadano demanda esa serie de cosas, o como dice Rafi López, son gastos pamplinas.
Convendría que alguien leyera a César Rendueles y su libro ‘Capitalismo canalla’, en el prólogo dice que ‘A lo largo de la historia, las clases dominantes se han distinguido por su paupérrima imaginación política. Los miembros de las élites siempre han estado plenamente convencidos de que el sistema político cuya cúspide ocupaban –ya fuera el esclavismo, el feudalismo o la tiranía- era inconmovible y la única alternativa al caos. Se dice que Luis XVI llevaba desde adolescente un diario donde reflejaba sus preocupaciones cotidianas. La caza era su actividad favorita, así que en sus cuadernos se describen minuciosamente los animales que abatió (concretamente, 189.251 piezas en trece años). También merecen su atención las audiencias que concedió y las enfermedades que padeció, como indigestiones, catarros y ataques de hemorroides. Cuando no salía a cazar, no tenía audiencias ni padecía ninguna enfermedad, Luis XVI se limitaba a escribir en su diario: ‘nada’. Lo curioso es que en todas las fechas famosas de la Revolución Francesa aparece esa palabra. Lo único que tiene que decir el monarca a propósito de algunas de las transformaciones políticas de mayor impacto de la historia de la humanidad es ‘nada’.
Durante muchos años hemos permitido que los poderosos escribieran ‘nada’ en nuestros diarios. Hasta el punto de que hemos acabado por hacerlo nosotros mismos. Nos hemos vuelto todos como Luis XVI: miopes y, lo que es peor, escépticos respecto a los procesos de transformación social que están a nuestro alcance. Nos comportamos como si el capitalismo especulativo, las empresas de trabajo temporal o las transnacionales fueran a existir dentro de mil años. No ha sido por un exceso de realismo, desde luego. Los discursos sociales hegemónicos -esos que en las editoriales de los periódicos pasan por el sentido común- son fantasías alucinógenas. Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos: ni profundizar en la democracia, ni aumentar la igualdad, ni limitar la alienación laboral, ni preservar los bienes comunes’. Estamos permitiendo volver al esclavismo.

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