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domingo, 13 de mayo de 2018
HOMBRE, HOMBRES, SIN NOMBRES
Había un hombre que andaba y andaba todo el día, se había comprado un chandal y se colocaba unos auriculares en sus orejas y recorría las calles, los caminos, los senderos y las vías.
Había otro que hablaba consigo mismo, inventaba sus historias, charlaba y se contestaba, a veces las dos conversaciones estaban de acuedo, otras mantenía un diálogo de sordos y al no haber acuerdos, finalizaba con voces altas y recias.
Había varios hombres que se reunían en una parcela del Paseo de los Álamos cada día, allí hablaban, se sentían unos a otros, se hacían fuertes pero no mucho.
Hay una legión de hombres solitarios que deambulan por estas calles cada día, van y vienen como si fuese su única labor, por ver si encuentran lo que buscan, o quizás lo han encontrado y andan dándoles vueltas a sus cabezas. Los hombres solitarios llevan un estigma invisible en su frente y a pesar de que nadie los señala, ellos saben que están enmarcados en una aureola maldita. La solectud es un arma de doble filo, es un escape a la libertad pero también puede ser un camino hacia la esclavitud.
Hay hombres que trabajan y trabajan todo el día, solo piensan en elaborar pan,conducir un auto, escribir un poema, labrar la tierra o hacer ejercicios gimnásticos; siempre van pensando en hacer cosas, nuevas o viejas, pero crean y creen que se pueden equivocar.
Hay hombres que miran desde lo alto de sus ventanas, a la Mota en las mañanas de mayo y la figura de esta fortaleza se les queda grabada en su retina como una huella endeleble sin que nadie la pueda borrar.
Hay un muchacho que se mueve a golpe de música y de sus auriculares se desprende un hilo de vida que lo tiene retenido cada día.
Hay un joven que camina desconcertado, a pasos lentos y sin dejar huella, parece como inanimado, cansado y cuando llega a su casa, se sienta en el tranco de la puerta y descansa, mientras se fuma un cigarro envenenado.
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