Fuí andando hasta el recinto ferial, trataba de ordenar mis pensamientos, mis ojos se fijaron en los hombres de color que había en la pared de la Estación de Autobuses. Estuve cenando en el Angelillo, una comida que había preparado el Poyo, era una especie de maridaje entre cuatro vinos y otras tantas comidas; mientras la enologa Virginia hablaba de las características de cada vino: blanco, rosado, Campoameno y Marqués de Campoameno; unos jóvenes camareros iban vertiendo vino y colocando los platos: embutidos, croquetas, choto, alcachofas, todo un revuelto tremendo de comida y creía que al entrar todo aquello en mi estómago explotaría, y al día siguiente estaría hecho un bendo. Los allí reunidos nos conocíamos entre poco. el nexo de unión era el Poyo; había gente de Loja, otros de Santa Ana, unos cuatro o cinco de Frailes, un par de ellos de Valdepeñas de Jaén y otros de no sé donde. La música del Poyo y de la cantaora que ahora ha fichado, sonaba en el restaurante Angelillo y retumbaba; en aquel ambiente el fuego de la chimenea estaba encendido y las tres o cuatro pantallas de televisión que había en el local, emitían imágenes de la jornada de fútbol. En la barra había un público variopinto, sobre todo gente joven que consumía su sábado noche en aquel mostrador, tomando algún gin tonic en colores, mientras la cosecha de aceituna iba mermando y el precio del aceite subía y subía.
Miraba el móvil y trataba de controlar el Facebook, un vicio que fui adquiriendo en los últimos meses, de que tenía que ir controlando y salir del mismo. Al llegar al cruce de la carretera de Fuente del Rey, la Guardia Civil tenía parados a un par de vehículos, miré y no me indicaron nada.
Al día siguiente, un mal sabor de boca con diversos aspectos me despertó y me levanté, encendí el calentador y me duché, quería quitarme los olores de la noche anterior. Salí a la calle y la niebla invadía el Paseo de los Álamos, había un hombre que hacía uso de los aparatos de gimnasia para mantenerse en forma. El kiosko de los churros estaba lleno de gente y el de los periódicos estaba vácio. El suelo estaba lleno de carnavelines del Carnaval que se había celebrado la noche anterior; un carnaval ideado por el concejal Custodio Coto, era diferente a la edición del año anterior, aunque no mucho. Un carnaval con muchos parecidos al de Cádiz, pero el carnaval como elemento desestabilizador del sistema social, al menos por un par de días, ya no tiene razón de ser. Antes el carnaval era un soplo de libertad y la gente salía a la calle a desahogarse de todo lo vivido durante el año.
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