El invierno alcalaíno no ha dado mucho de sí, tan solo cuatro cosas para ir
tirando. No se resolvió el problema de los hombres del Marino, y por mucho que
diga la edil de Servicios Sociales el tema ha quedado intacto para la temporada
que viene, para poder intentarlo otra vez. ´
Sí se ha resuelto lo tradicional, lo de siempre: el Carnaval, la
Candelaria, lo de Fitur y cuatro cosas así.
Se ha levantado ‘la liebre’ de Etnosur, en el sentido de que hay que hacer
algo para sostener el festival; los del Partido Popular ya han propuesto que
hay que apuntalarlo con una cuota y que se liberalice la forma de licitarlo;
todo ello puede hacer que el cambio en Etnosur sea sustancial, que de estar por
encima del bien y del mal, de ser intocable como quiere su director, se vea
vapuleado por la oposición y se convierta en un festival comercial que no
sangre cada año las arcas municipales.
Pero Etnosur representa para los socialistas un capital prestigioso, un
lustre de valores como la solidaridad, la mezcla, la tolerancia, el compartir,
lo tienen como una amalgama de gratuidad, de virtuosismo, impregnado de buena
música, con temas actuales y comprometidos con los que más sufren. Pero
Etnosur, también, es un negocio que sigue lastrando la economía municipal y
cada año pasa factura a las arcas consistoriales, aunque puede ser o ha sido
rentable en lo material y en lo intangible.
El caso es que parece que ha llegado la hora del cambio en Etnosur; la
oposición está blandiendo sus armas y el equipo de Gobierno también piensa en
colocarle una cuota para que la herida económica no sea tan lacerante.
En fin, Etnosur nos trajo un mundo lleno de ilusiones, cada año llega a
Alcalá con su alegría, montaban sus espectáculos, llenaban las calles de
bullicio, de música, de gente, de perros, de humo, de palabras, de cine, de
circo y basura y de botellón juvenil, de consumo, de mezcla…
Pero, he aquí que parece que muchos se han hartado de esto y es necesario
darle la vuelta, aunque yo no concibo un Etnosur sin la figura de Pedro
Melguizo, llegando a Alcalá la Real, vestido con sus pantalones étnicos,
dialogando con unos y con otros, paseándose por la ciudad como si fuese el
director de un festival valioso, intocable, de culto, con todo gratis,
vigilando su festival como un padre con su hijo que ha cumplido veinte años y
ahora se le presenta un futuro incierto como a cualquier joven de cualquier
sitio; pero bueno, en estos tiempos que vivimos casi todo está en
entredicho.
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