María
la Betuna no
llegó a vender yogures Danone en su pequeña tienda de la calle Tejar, 2 y no
consiguió el sueño de poder regentar un supermercado. Aquel humilde comercio no
dio más de sí, la gloria se la llevó el supermercado de Antonio Martínez que
estaba en el número 2 de la calle Hondillo, cerca de su casa, y desde donde se
veía entrar y salir gente. Lo que sí consiguió es poder tener una paga de la Seguridad Social
de Franco, pues pudo cobrar 13.000 pesetas, un poco menos de 100 euros cada mes,
y con la primera de sus pagas recibió una alegría inmensa. Pero ella siguió en
la brecha y nadie la iba a sacar de su tienda y de su tabernilla, que le daban
la vida cada día sólo con abrir sus puertas.
Yo
conseguí el sueño de estudiar una carrera universitaria y para mi fue mejor que
si hubiera heredado una cadena de supermercados. Mi madre y yo seguimos caminos
distintos, ella se quedó, como siempre en Frailes, y yo me fui a Granada, me
matriculé en la Facultad
de Filosofía y Letras y comencé a estudiar el primer curso de Historia. Pero en
aquella época fue cuando verdaderamente fui comprendiendo a mi madre, venía
casi todos los fines de semana a Frailes y hablaba con ella, después de cerrar
el negocio, nos sentábamos los dos en una mesa, tomábamos una copa de coñac y
hablábamos de nuestras cosas. Llegué a conseguir un entendimiento pleno con
ella, nos entendíamos a las mil maravillas y me sentía satisfecho. Fue como una
comunión entre los dos que mantuvimos durante los cinco años siguientes hasta que
murió
Fue
nuestra época, cuando aprendí a quererla, a abrazarla, cuando me sentí
orgulloso de ser su hijo, cuando iba con ella por la calle y mi cuerpo reía de
emoción. Ella murió en la feria de septiembre de 1979; Luis Raya y yo nos
habíamos quedado con la feria de ese año. Fue en la placeta de los Amandos y
cada uno sacamos unas 40.000 pesetas libres.
En
Granada me instalé en la calle Buen Suceso, una vía que salía de la Plaza de la Trinidad. Era la casa de una
mujer viuda que tenía una hija, allí alquilé una pequeña habitación, frente a
la mía Ricardo Bellido alquiló otra más grande. Estaba estudiando en Granada
junto a él que era uno de mis mejores amigos. A pesar de que la Facultad de Letras estaba
en la calle Puentezuelas, muy cerca de donde vivíamos, nosotros íbamos a las
clases al Hospital Real, que había sido habilitado para ello. Cada día me
levantaba, tomaba la calle Buen Suceso, la plaza de la Trinidad, iba por la
calle Calderería, la plaza de la
Universidad de Derecho, la calle San Juan de Dios, los
jardines del Triunfo y el Hospital Real. Me sentía como una rosa fresca, cada
día con más emociones, cada hora
conociendo gente. Y Granada allí, para andarla, para recorrerla, para empaparme
de ella. Encontrarme con aquella gente, con compañeros como Juan Calatrava,
Jesús Nsang, Josefina Cotes, Carmina Muñoz, Paco Juan Contreras. Ver la Alhambra cada mañana,
encontrarme con Pancanto, pasear por la Gran
Vía, Plaza Nueva, Reyes Católicos, poder ir a Galerías
Preciados, al cine Aliatar, al teatro Isabel la Católica, a la tienda
Pinillas o a la plaza Bib-Rambla, era un lujo diario que me podía permitir.
Visitar aquellas librerías atestadas de libros, todos los volúmenes estaban
allí: los libros de Panofsky, de Luis Althusser; las novelas de Juan Marsé, los
clásicos, los modernos, los novísimos. Y el cine, allí había cines por todos
lados: El Goya, el Aliatar, el Alhambra, otro junto al hotel Carmen, cines de
arte y ensayo, mujeres elegantes y mujeres bellas, mujeres y hombres … y
Granada, el Albaicín, Sierra Nevada, la Virgen de las Angustias. Todo a mis pies, todo
había que hacerlo andando: la
Chana, los Cármenes, las Bodegas Castañeda, el bar Zeluán,
el Cebollas, los autobuses, la Avenida de Calvo Sotelo,
el barrio los Pajaritos, la
Redonda… Allí estaba yo, estudiando Latín, Historia Antigua,
Historia del Arte, Geografía. Allí estaba yo superviviendo con la ayuda de mi
madre, buscando los sitios más baratos para comer, estudiando horas y horas,
diciéndome a cada paso que no podía perder el tiempo, que tenía que responder,
que no podía defraudar a mi madre que estaba haciendo un gran sacrificio.
Granada
era el paraíso para mí, un lugar con el que había soñado durante mucho tiempo.
Allí conocí a nuevos amigos, como Eduardo Araque que procedía de la Estación Linares-Baeza,
o Manuel Marín López, del mismo lugar. El primero estudiaba conmigo y el
segundo hacía Enfermería. Con el que más tiempo pasaba era con Ricardo Bellido,
porque estábamos en la misma clase y vivíamos en la misma casa. Todos éramos
buenos andadores de la capital de la Alhambra, ya que íbamos a todos lados y lugares
andando. Fuimos conociendo los diversos ambientes, cómo funcionaba la Facultad y quiénes eran
unos y otros. Había todo un enjambre de gente, se celebraban asambleas de
estudiantes a cada instante, yo quería participar en casi todo pero todo era
ilegal en política. Me extrañaba que hablaran mal de Franco y comencé a oír
aquellas palabras de dictador. A las fuerzas armadas y a las de seguridad les
llamabas los cuerpos represivos del Estado y llegaba a haber más días de huelga
y lucha que de estudio.
Algunos estudiantes estaban organizados en diversos
partidos y
asociaciones, como
el PCE y otros partidos maoístas. El PSOE y Plataformas Estudiantiles eran la
vanguardia de la Universidad
y todos ellos manejando el cotarro. Me sorprendía que en medio de una clase,
alguien se levantaba y decía:”han matado a una persona en el País Vasco, hay
que solidarizarse con ella y por tanto nos vamos de clase y hacemos huelga”.
Las paredes del Hospital Real estaban llenas de pancartas que hablaban de la
lucha estudiantil y obrera, mientras el PCE hablaba de la unión de los
trabajadores y de los estudiantes. Iba leyendo textos marxistas y la moda la
marcaba Luis Althusser, un filósofo
francés que después se suicidó. Ya se reivindicaba a García Lorca y se inició
la organización de los homenajes, el día cinco de junio a las cinco de la
tarde. La Universidad
granadina en 1974 era un hervidero revolucionario, pero en la calle no había
entusiasmo democrático y, aunque alguna vez salíamos a manifestarnos por la
Gran Vía, la gente nos ignoraba, no
defendía a los estudiantes, estaba dormida en el sueño del miedo que había
inculcado la dictadura franquista.
Durante
el primer año de carrera casi no participé políticamente en los actos que se
organizaban, aún no entendía lo que se cocía y no quería que me manejaran
aquellos líderes. En segundo fue otro cantar, empecé a entender algunas cosas.
Me dieron una beca de estudios y me la dio Franco antes de morirse, yo me
enteré el mismo día que se murió el Generalísimo. Volví a Frailes porque las
clases de la Universidad
se pararon y mi madre me dio un sobre que contenía una carta que decía que me
habían concedido una beca estatal de máximo nivel para estudiar en la Universidad de
Granada. La alegría me desbordó y no sabía lo qué hacer, pero lo preparé
rápido, junté a mis amigos fraileros: Abelardo, Fermín el de los Amandos,
Dominica la de Adelín, Sofía Nieto y nos fuimos a la casa de la Domi en los Picachos. Allí estuvimos
toda la noche y madrugada, haciendo tortillas de patatas, bebiendo de todo,
bailando. Así celebré la muerte de Franco.
El
día anterior sobre las cinco de la mañana me desperté en Granada, en la
habitación que tenía alquilada en la calle Buen Suceso y oía a la señora de la
casa hablar con su hija, conversaban de la muerte de Franco y parecía que el
Generalísimo había muerto. No sabía qué hacer dentro de mi cama, pero ya no me
pude dormir y daba vueltas y vueltas en ella. Sobre las ocho de la mañana
decidí levantarme y acercarme al Hospital Real. Las calles de Granada estaban
silenciosas aquel día de noviembre. Subí, como siempre por mi itinerario, y en la puerta del Hospital
Real me encontré con un compañero que se llamaba Jordi y era de Archidona. Las
clases se habían suspendido hasta nueva orden, nos sentamos junto a aquellos
jardines y esperamos un rato, después fueron llegando otros compañeros, entre
ellos Ricardo Bellido y Paquillo, compramos un par de kilos de sardinas, varias
botellas de vino y nos fuimos a celebrarlo a casa de Jordi. Nos hartamos de
sardinas crudas, nos bebimos varias botellas de vino y nos fuimos a nuestros
pueblos hasta que se resolviera la situación.
En
aquél curso comencé a militar en una formación política, me fui introduciendo
en lo que se llamaban las PUES, o sea, las Plataformas Unitarias de
Estudiantes, con ideología marxista-leninista. Teníamos una estrategia, mejor
dicho, nos dirigían, y en cada clase había un grupo que tratábamos de influir
en la marcha del curso político y estudiantil, difundiendo unas consignas.
Teníamos reuniones secretas, donde nos impartían la doctrina que nos daban.
Incluso teníamos un piso franco, junto a la plaza Bib-Rambla para cuando había
peligro, como cuando había manifestaciones y quedábamos en dicho piso para ver
si había caído alguno de nosotros en manos de la policía. Recuerdo a Juan Meca
y un tal Lalo que eran los jefecillos entre nosotros. Todo era muy secreto y yo
siempre tenía un miedo atroz. Aquella gente era muy estricta y tenia una
organización jerárquica y casi militar, por lo que cada vez me gustaba menos,
se podía hacer la ‘revolución’ pero con algo de alegría.
En
las manifestaciones se vivía a tope, los estudiantes salíamos a la calle y las
consignas que repetíamos eran ‘Amnistía y Libertad’ o ‘Disolución de los
Cuerpos Represivos’. Por la Gran Vía
granadina íbamos dando voces y la gente no decía nada, formábamos un grupo de
unos 200 o más hasta que llegaban los jeeps de los grises y comenzaban a palos
con nosotros. Yo y mis miedos corríamos, pero siempre veía como los grises se
ensañaban con los estudiantes y repartían palos a diestro y siniestro. A veces,
en sueños, sigo oyendo aquellas bocinas y la policía franquista bajándose de
los jeeps, metiéndose en los bares y repartiendo ‘leña’ por todos lados.
Después, a otro día teníamos asambleas y nos informaban de lo que había pasado,
la gente que había detenida y lo que se podía hacer por ellos. En las mismas
clases de estudiantes había policías infiltrados de la Brigada Político Social. Eran
nuestros mismos compañeros que nos vigilaban y sabían todo lo que hacíamos,
aunque poco a poco los fuimos conociendo y sabíamos del pie que cojeaban.
En
el tercer curso de la carrera me despedí de las PUES y me metí en la CNT, Confederación Nacional
del Trabajo, un sindicato de corte anarquista y que había tenido gran
preponderancia en la Guerra Civil.
Ricardo Bellido se alistó primero y después me arrastró a mí. En ello influyó
un profesor de Filosofía que se llamaba José Luis García Rúa; iba vestido de
chaqueta, pero tenía un aire de bohemio con su melena y nos contaba sus
historias de Asturias y el movimiento obrero anarquista. Teníamos muchas
reuniones y a veces organizábamos clases para enseñar a la gente en el polígono
Almanjayar, aunque era casi testimonial.
García
Rúa nos instruía y leíamos muchos textos anarquistas, así comenzamos a hacer
alguna cosilla por Alcalá. Un día vino al Instituto Alfonso XI para dar una
conferencia pero hubo poca gente, sólo algunos estudiantes. Yo seguía soñando
en poder ser un día profesor de Instituto y dar una clase de Historia que
comenzaría así: la Historia
de la Humanidad
es la historia de la lucha de clases. Montaría las teorías que había aprendido
desde el Imperio Romano con la
Esclavitud, pasando por el Feudalismo y la llegada de la Burguesía y el
Capitalismo. Aprendí que en la
Historia y en la vida siempre hay unas clases que dominan a
otras, que en última instancia la
Economía es lo determinante y que los amos de los medios de
producción dominan a los trabajadores. Es el mismo cuento de siempre, la lucha
por el poder, las contradicciones entre ricos y pobres. Una sociedad injusta
que no reparte su riqueza y mientras unos pocos nadan en la abundancia, hay
muchos que no tienen para comer.
Allí
estaba yo, en la España
de 1977, 1978 y 1979, colocando panfletos de la CNT en las paredes de la Chana, en el polígono
Almanjayar, en los barrios más pobres, mientras la Guardia Civil los iba quitando
e iban saliendo los partidos que traerían la ‘democracia’ española. Terminé la
carrera en el año 1979, vi que muchos de los líderes estudiantiles que habían
hecho la ‘revolución’ en la
Universidad de Granada se quedaron bien colocados en los
distintos Departamentos de las Facultades y yo me vine a Frailes, porque no
tenía a donde ir.
Mi
madre, al terminar los estudios, me compró un coche como regalo, un Renault 5
blanco de segunda mano. Me vio terminar mis estudios pero a los dos meses murió
de un enfisema pulmonar, mientras yo me quedaba solo en aquella casa de la
calle Tejar, 2. Allí estaba como antes, solo, sin un futuro y con la única arma
para poder subsistir, la antigua tienda y taberna de María la Betuna y mi hermana Maripi
que vivía al lado, en el bar Nuevo. Ella me cuidó como una madre, me daba de comer
y siempre estuvo ahí, con un plato de comida en su mesa, me lavaba la ropa y me
mostró todo su cariño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario