El dia ha despertado con un sol glorioso y una temperatura fresca y a lo largo de la calle Doctor Albasini solo se ven autos y se oye el sonido de un afilador de cuchillos.
Mi cabeza está despejada y siento los pasos de cualquier vecino por encima de mi cabeza.
Hoy morirán otros cuantos en cualquier lugar del Mediterráneo y nos enteraremos de nuevos escándalos de corrupción y por las calles de Alcalá seguirán andando los mismos de siempre.
Un día se apodera del teatro los empresarios más punteros y otro no había nadie para mirar los cortos de la Fundación Inquietarte.
El hombre Correa estuvo hablando, sin parar, doce o catorce horas y al final se le notaba en su rostro la depresión que había sufrido toda España. Su cara era la expresión de muchos españoles que asistiamos sin parpadear al banquete y al reparto de la riqueza de los ricos. Esto para mí, esto para mí y no quedó nada para los que protestaban en la calle. La Policía les abría paso y los protegía de la muchedumbre enfurecida y vociferante que solo servía para dar voces sin evidencia.
Tengo frío y hago movimientos para enderezar mi espalda. Alguna vez sentí un temblor en mi alma y mi cabeza dio un vuelco, parecía otro hombre y un aluvión de vientos me arrebataron la solidez y andé bastante tiempo a la deriva.
Salí de allí porque me ahogaba con conversaciones sin sentido o al menos a mí no me llegaban.
Me refugié en las tinieblas pero aún así sentía el viento y veía los paisajes porque me había colocado tres pares de gafas superpuestas. Me quejaba pero no podía, a mí lado había gente sin manos y se arrastraban para andar un trecho.
Después de tanto tiempo, me ví cumpliendo sesenta y seis años.
Y por muchos más. Rodeado de la gente que te aprecia. Un abrazo.
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