La iglesia estaba y está donde siempre, en el
número uno de la calle Caridad. En la iglesia y parroquia de santa Lucía he
pasado mucho tiempo, habiéndose convertido en mi infancia en un lugar
importante de mi vida y de muchos fraileros. Doy un vuelco a mi mente y allí
veo a don Francisco Calleja, con aquella sotana negra y larga, con los
bolsillos llenos de caramelos. Lo veo por las Huertas, sonriente y alargándome
su mano para que la besara, una mano cerrada en donde guardaba unos caramelos
que depositaba en mi mano. Impresionaba su figura en el púlpito, diciendo
‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’. Lo veo en el confesionario y
yo acercándome a confesar, algo que me venía muy largo, porque decirle mis
intimidades a un cura, a una persona que no tiene que ver con mi vida era
bastante duro. Pero hacía de tripas corazón y me arrodillaba ante aquél cura y
me ponía nervioso durante los minutos que duraba la tensión. Cuando acababa,
era como si hubiera superado un gran obstáculo y me quedaba tranquilo rezando
aquella penitencia de tres avemarías y tres padrenuestros. La religión ha
estado presente en mi vida y ha sido una lucha continua. Yo me acerqué a la
iglesia frailera, iba por allí, fui monaguillo, me aprendí el Catecismo de
memoria y fui a un concurso. Allí, aprendí que ser cristiano es ser discípulo
de Cristo. Entraba a la sacristía y veía aquellas casacas que se colocaban los
sacerdotes y pensaba que eran diferentes, que podían tocar a Dios y repartirlo
entre los fieles, que tenían poder, que en un santiamén me podían quitar mis
pecados y en otro santificarme y elevarme a un estado espiritual. Yo fui a
aquella iglesia con don Francisco Calleja, con don Antonio Aranda, con don
Francisco Zafra, con don Juan Antonio Castillo, con don José Peña Calvo, con
don Juan Antonio García Romero, con don Juan Aguilar Romero y con Ubaldo
Valverde. A partir de 1975 ya no fui más a misa, perdí la fe y la iglesia y yo
nos abandonamos.
Leí cosas y escritos en los que se razonaba
que todo aquello que me habían dicho los curas no era prioritario para mi vida,
yo no podía hacer actos de fe, me volví más pragmático aunque sigo diciendo:
¡ay Dios mío¡ Yo era un inocente en aquella época de don Francisco Calleja, de
don Antonio Aranda, de don Francisco Zafra. Yo fui a bailar con Ubaldo Valverde
y comprendí que él también tenía deseos, que le gustaba bailar con una mujer,
que hacía las mismas cosas que yo y que tú. Y pienso que la religión cristiana
después de tantos años me hizo daño y también me salvó. Me reprimió mis deseos,
me dijo que era un pecador, sin serlo, me dio muchos miedos de los que tuve que
reponerme sin ayuda y me sigue dando dudas porque su ideología es muy fácil. En
el último momento, uno se arrepiente y la vida eterna nos espera, a la derecha
de Dios y del Hijo del Hombre, y pienso que todo es muy serio y que doctores
tiene la Iglesia,
y por un lado he visto el poder, el boato, la maldad en algunos aspectos de la Iglesia y por otro he
visto que la iglesia se ha acercado a los más pobres, les ha dado de comer, les
ha ayudado. Pero, en fin, yo no entiendo el misterio de la Santísima Trinidad,
ni la Resurrección,
ni que San José sea el padre de Jesús, ni que los Papas sean tan poderosos. Y
por eso no quiero perder mucho tiempo en temas religiosos, aunque no se me van
de la cabeza.
La cuestión es que en Frailes todo estaba
impregnado de religión católica, apostólica y romana, que todos nos
confirmábamos, nos bautizábamos, comulgábamos y nos casábamos como mandaba la Santa Madre Iglesia,
hasta que llegó la democracia y ya hubo más libertad y ya los alcaldes no iban
bajo palio, aunque más de uno aún va. Antes iban bajo palio, con el cura y el
cabo y una pareja de la
Guardia Civil, vestidos con traje de gala y había divisiones
de clase.
Don Antonio Aranda vino aquí con toda su
familia, a su padre le decían don Paco. En la iglesia había cine gratuito, allí
ví muchas de romanos, con una máquina proyectora y un salón parroquial con
billares y con juegos. A los niños nos encantaba ir allí. También, nos daban
leche y queso del cura y esperábamos al obispo con banderitas, mientras
hacíamos fila para darle un beso en el anillo. Aquel gorro que se colocaba el
obispo era diferente al bonete de los curas. Había jerarquías.
Don Francisco Calleja era muy querido por la
gente. A veces ha vuelto a Frailes y la villa le ha demostrado su cariño. Creo
que hacía de nexo de unión entre los ricos y los pobres, o sea, un cura que
demostró su amor a los demás. Se fue a Chile y después de muchos años se
instaló en Linares. Con don Antonio Aranda aprendí a ayudar a misa y, aunque yo
no llegué a ser un monaguillo al uso, me gustaba ir a la sacristía y ver los
entresijos que allí se cocían. Llegaban muchos feligreses que hablaban con el
cura y se ponían de acuerdo en las celebraciones. Los monaguillos pasábamos
entre los bancos con una especie de canastillo, unos daban monedas sueltas,
otros hasta billetes y todo iba a la contabilidad de la parroquia.
Con don Francisco Zafra tuve otra relación,
ya que durante un tiempo me dio latín, aunque no era un experto en la materia.
Las misas las oficiaba de manera rápida y sobre todo, en temporada de caza, aún
más. A mucha gente le gustaba que fuese así y no ‘aguantar’ una misa larga.
Condujo uno de los primeros SEAT 600 de los que llegaron a Frailes; vivió en la
parroquia con toda su familia; lo trasladaron a otros puntos de la diócesis y
-finalmente- me lo encontré en una parroquia de Alcalá.
Después de cumplir los 24 años me despedí de
la iglesia frailera y ya rara vez acudí al templo, salvo en alguna ocasión con
motivo de alguna misa de algún difunto conocido. La mayoría de las veces
esperaba la ceremonia en la calle, pocas veces entraba y, cuando lo hacía, me
sentaba en algún banco y aguantaba el sermón. Los curas nombraban muchas veces
al difunto y recordaban la fe en una vida eterna, en donde todos los salvados
nos encontraremos un día en el Paraíso, según decían.
Pero llegó a Frailes Jaime Alberto Martínez
Pulido y ‘armó’ la revolución. El Ricky Martín religioso trajo nuevos aires a
todo Frailes. Con sus dotes de persuasión, su labia y su forma de ser ‘se
metió’ a mucha gente en el bolsillo y consiguió juntar mucho dinero para invertirlo
en rehabilitar la iglesia. Incluso me dijeron que una sola feligresa había
donado unos doce millones de pesetas. La gente respondió a la llamada de este
sacerdote que estuvo en Frailes desde 1996 a 2003 y que dejó su huella no solo en la
villa frailera, sino en Ribera Alta, Ribera Baja, Mures y Alcalá la Real. Alberto Jaime
cambió la fisonomía del edificio del templo, sobre todo en la cubierta, cosa
que molestó a algunos puristas arquitectónicos que dijeron que el cura había
quitado de la cubierta aquellas tejas viejas que eran tradicionales y antiguas
para sustituirlas por otras modernas. No obstante, Alberto Jaime tenía mucho
apoyo del pueblo y siguió adelante su obra. Comenzó a comprar cuadros e
imágenes para la iglesia y estaba contento con lo que hacía. También, el
Ayuntamiento socialista le aprobó la labor realizada en los siete años que
estuvo en Frailes y lo nombró hijo adoptivo del municipio.
Esto escribí el día 26 de junio de 2009,
cuando la aldea de Ribera Alta le dedicó la plaza de la iglesia:
Un gran gentío arropó ayer al cura Alberto Jaime
Martínez Pulido, en el acto de descubrimiento de la placa por la que se da su nombre a la plaza de la
iglesia de Ribera Alta.
Sobre
las 20:30 horas, personas llegadas de Alcalá la Real, Frailes, Ribera Alta, Mures, Santa Ana y de
los municipios de Villanueva de la
Reina y de Linares, recibieron con un gran aplauso a este
cura, que se ha ganado el cariño de gran
parte de la gente de estas localidades, debido a su carisma, cariño demostrado
y a un saber dar a cada uno lo que se merece.
En
primer lugar, la alcaldesa de la aldea, Francisca Mudarra, dio la bienvenida a
todos los presentes y a continuación la alcaldesa de Alcalá la Real, Elena Víboras, hizo una
semblanza de este sacerdote “ como un cura del siglo XXI que ha sabido conjugar
la fe, con la esperanza y el cariño con la alegría”.
Igualmente,
otro sacerdote, Francisco Calleja que había sido mentor de Alberto Jaime
Martínez, también glosó las virtudes de éste dijo que, como cualquier persona, también
tenía defectos, pero era superior en sus virtudes, y terminó definiéndolo como” una persona amiga de los
pobres y del arte”. Finalmente, fue el propio Alberto Jaime Martínez quién dio
las gracias a todos.
También escribí sobre él en el diario Ideal (23-4-2012), con motivo del
pregón a la Virgen
de la Cabeza
en Alcalá la Real. Y
esto dije:
El
antiguo párroco de la villa de Frailes y de las aldeas de la Ribera Alta y Baja,
Alberto Jaime Martínez Pulido, fue el encargado de realizar el pregón a la Virgen de la Cabeza. El acto tuvo
lugar el pasado viernes a las 21 horas, en el teatro Martínez Montañés de
Alcalá la Real,
cuyo aforo se llenó para poder escuchar el pregón. Fue presentado por la
maestra Rosario Serrano y contó también con la presencia de diversos
concejales, tanto del Partido Popular como del PSOE, incluida la propia
alcaldesa alcalaína, Elena Víboras.
Alberto Jaime Martínez comenzó con una loa a la Virgen de la Cabeza en forma poética:
«Camino hacia Sierra Morena, es noche del mes de Agosto, noche plagada de
estrellas, de cielos altos azules de luna blanca y llena».
Añadió que, «a pesar de lo liado que es para un cura
el mes de abril», no podía negarse porque, realmente, no quiso rechazar la
invitación que le hizo el hermano mayor para pregonar a la que considera su
patrona. «Junto con la Virgen
de las Mercedes, son las dos advocaciones marianas más significativas que llevo
en mi corazón sacerdotal», reseñó el pregonero.
Y también manifestó: «Os digo la verdad, tenía ganas
de estar aquí arriba hablándoos, para daos las gracias de algún modo por todo
el cariño que me habéis demostrado en estos años, ya que aquí comencé a ejercer
mi ministerio sacerdotal, simultaneando la parroquia del municipio hermano de
Fraile con las de las aldeas alcalaínas de Ribera Alta».
Después, hizo un recorrido por las vivencias de esta
romería universal que cada último domingo de abril se convierte en el centro de
toda Andalucía: «Casi al amanecer del sábado, los cohetes llamarán a los
romeros para comenzar la peregrinación al Santuario. Las gentes de Andújar
aplauden despidiendo a las carretas, jinetes y amazonas que, ataviadas de gala
y montadas en jamugas, desfilan dando gritos de vivas a la Virgen de la Cabeza», relató.
El pregonero recordó la noche romera: «Y una vez todos
ya alojados en la casa de Hermandad, llega el momento de subir al Santuario a rendir culto a la Virgen. Las cofradías
se suceden en el interior de la iglesia, saludándola, dándole las gracias por
otro año, mirándola a la cara desde abajo, gritándole con alma, corazón y garganta,
el piropo más hermoso que por abril se le puede decir a esta Virgen Morena».
También tuvo palabras para la procesión de la
'Morenita' en lo alto del Cerro del Cabezo y la importancia de la misma a lo
largo de la historia, con menciones de la romería de Miguel de Cervantes y de
Alfonso X El Sabio. Y los muchos
asistente que había en el teatro Martínez Montañés aplaudieron a este
pregonero, sacerdote y mariano.
Alberto Jaime Martínez Pulido se fue de
Frailes porque el obispo se lo llevó a otro municipio, pero él me dijo que aún
no quería irse de esta villa, que le hubiera gustado seguir y continuar su
obra. Él consiguió unir a mucha gente que le quería y siempre estaba alegre y
cordial. A mí me hizo volver a la iglesia, pero ya no fui con la fe del niño
que era en los años 50 del pasado siglo. Iba porque era un cura diferente,
simpático, que abordaba los problemas cotidianos de la gente. Pero también
tenía una especial querencia por el arte,
y eso le hizo dedicar bastantes horas y dinero a tal menester, asunto que no sé
si es obligación o devoción de un cura de pueblo … pero, en fin.
Alberto Jaime llevó alegría a Frailes, hizo
muchas cosas por los demás y me llegó como amigo. Ahora siempre me llama para
mi santo y de vez en cuando lo veo en cualquier procesión de la Virgen de las Mercedes. Me
cuenta cosas del honorable don Francisco Calleja, porque se hicieron amigos del
alma y viven en la ciudad de Linares. Me relata los viajes que hace con sus
parroquianos cada verano y me da alegría cuando me llama o nos vemos.
Mi madre tenía fe. Ella se levantaba los
domingos temprano para ir a la misa de las siete y media, antes de abrir su
tienda. Se colocaba su pañuelo y allá que se iba y venía tan contenta de allí.
Cuando construyó su nueva casa en 1969, en la calle Tejar 2, colocó una imagen
de María Auxiliadora en la fachada principal. La veía salir de la tienda,
ponerse junto a la fuente y desde allí mirar a esta virgen y rezarle en
silencio. Yo me daba cuenta de ello y no le decía nada, pero a veces me
contestaba que eran sus cosas. Recuerdo especialmente, en la casa de la calle
Horno, la lumbre que hacíamos cada 23 de mayo en honor a María Auxiliadora. El
día de antes íbamos a por aulagas a los cerros cercanos, por los Rosales y
Sotorredondo, las atábamos con una soga y las llevábamos de reata hasta el
lugar donde hacíamos la hoguera.
Mi madre también hacía sus promesas
religiosas. Por ejemplo, iba andando a ver al señor del Paño en Moclín y se
llevaba una bolsa llena de monedas. Me contaba que allí había una hilera de
pobres a lo largo de todo el camino que sube a la iglesia del Cristo y les daba
a todos una moneda. Después, volvía andando a Frailes junto con otras mujeres y
gente de la villa. Tiempo después volvió algunas veces a Moclín, pero ya iba
con el taxista Pancanto o en la alsina de Contreras. Eso sí, todos los días 4 ó
5 de octubre de cada año, María la
Betuna estaba en Moclín. Ella tenía una fe ciega hacía la Virgen María y los
santos. Y creía con toda su alma en la vida eterna y en que Dios le ayudaba.
Así me lo decía, mientras colocaba una vela a santa Lucía, rezaba un rosario y
decía sus oraciones cada día. Pedía por todos y por todo: por su familia,
porque todo fuese bien y porque las cosas mejoraran. Se arrodillaba cuando pasaba
una procesión por su tienda, barría la calle todos los días de fiesta (San
Pedro, San Antonio, Semana Santa …) y pedía por los enfermos.
Incluso llegó a vender medallas y estampas
del santo Custodio. En una lata de las del dulce de membrillo metía esta clase
de artículos que se los traían unos hombres de Rute, vendedores ambulantes que
venían a Frailes todos los meses. Como la tienda estaba situada en un sitio
céntrico, junto a la carretera, por allí pasaban todos los forasteros. Y éstos
preguntaban dónde se vendían. Una vez informados, llegaban a la tienda de María
la Betuna a
comprar estampas, cuadros, cadenas, medallas, rosarios del milagrero Custodio y
del Cristo del Paño.
La religiosidad de
Frailes estaba dispersa, por un lado estaba la religión oficial, la de la
iglesia católica, apostólica y romana y -por supuesto- era obligatorio ir a
misa los domingos y fiestas de guardar, ya que el régimen franquista la hizo
suya. Incluso había algo especial para las personas que comulgaban asiduamente
y cumplían con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Las mujeres eran más
religiosas, se reunían para rezar el rosario, ir a las novenas de san Antonio o
de san Pedro y participar en las flores de mayo. Los niños, en la escuela,
también cumplíamos ese calendario festivo-religioso. Hacer la visita a la
iglesia era un rito de aquellos tiempos.
Yo veía a mujeres
bajar la carretera, la calle Cuevas, subir por la calle Caridad y meterse en la
iglesia como una costumbre diaria con motivo de cualquier evento religioso. Los
niños también la hacíamos y, si no cumplíamos con ello, nos quedaba cierto
resquemor, al menos cuando nos formaban en la catequesis y para la comunión. La religión impregnaba
nuestras vidas y, aunque también era como un escape, servía como “solución” a
nuestros problemas. Una respuesta fácil a nuestros grandes problemas ya que, en
un tiempo en el que casi todo era pecado, con una simple confesión y una
penitencia se arreglaba todo.
La vida transcurría
así, preparándonos desde el nacimiento para ser buenos cristianos. Bautismo,
confirmación, comunión, matrimonio, defunción, todo esto estaba regulado para
que no hubiera sorpresas y los sacerdotes eran los guías y señores de nuestras
almas. Aunque -a veces- los malos ejemplos de ellos nos hacían pensar que eran
también humanos, que tenían debilidades de cuerpo y alma, pero confiábamos en
ellos … y aún siguen haciéndolo muchos fraileros.
La otra religiosidad, la de las creencias en
santos que hacían milagros, estaba también a la orden del día. La gente confió
en el santo Luisico y –después- en el santo Custodio, al que le siguió el santo
de los Chopos. Muchos iban a ver a estos “santos” para intentar encontrar
remedio a sus males. Cuando murió el santo Custodio, creo que fue un día de la Virgen de las Mercedes,
Frailes se eclipsó, y muchos de los que habían ido a Alcalá la Real a la fiesta del 15 de
agosto, volvieron para ir a su velatorio.
Recuerdo que le hicieron una misa en la
iglesia de Frailes y el aforo se llenó hasta la bandera. Alguien dijo que había
visto al santo Custodio junto al altar mayor y se armó la “marimorena”. Un
trote humano por la iglesia, rompiendo bancos y reclinatorios para acercarse a
verlo. Muchos fraileros de la época conocieron lo conocieron y contaban
maravillas inverosímiles y milagros de este hombre, como hacer andar a los
inválidos, curar enfermedades graves y dar consejos para tirar de la vida. Yo
vi gente pasar hacia la Hoya
del Salogral de muchas partes de España. Llegaban a la tienda de mi madre, le
indicábamos el camino y, algunos, llegaban a la vuelta contando cosas de la
visita: si les había servido, si no lo habían podido ver, si lo habían tocado y
si sus males habían desaparecido. Algo especial tendría que tener aquél hombre
para que su figura siga siendo un referente de santidad, de solución de muchos
problemas y del sentir de muchas vidas de antes y de ahora. Hoy en día mucha
gente sigue subiendo a la Hoya
y la ermita cada vez es más visitada.
Frailes es y ha sido una villa religiosa. Sus
calles, su iglesia, sus ermitas, sus gentes siguen celebrando los tradicionales
actos religiosos, tales como la fiesta del Corpus (con el esmerado adorno de
los vecinos) o la fiesta de san Antonio.
Nombres como José Luis Garrido Mudarra y
Encarnita de Patarito están ligados a estas fiestas. El primero fue quien
consiguió el permiso para cortar la calle en esos días y la segunda, con un
gran entusiasmo, animaba a que las mujeres fraileras colocaran la tradicional
vela a san Antonio para pedirle un buen novio. También se sigue celebrando la
festividad de san Pedro, ligada a mi recuerdo de Antoñita, la mujer de
Patarito, verdadera alma Mater de esta fiesta. Las vecinas limpiaban la ermita
y colocaban flores, haciendo de ese día uno de los más vistosos de Frailes.
Ahora es Luisa Romero, la hija de la Enriqueta, vecina todavía de la calle Mecedero,
la que sigue los pasos de Antoñita para que no se apague esa llama. Sigue la
fiesta del Corazón de Jesús, en la ermita de las Angustias -en el Calvario- y
aún hay gente que sube hasta lo alto, a pesar de la frustrada rehabilitación
que se le hizo.
Queda nuestra patrona, Santa Lucia, con Luis
el Escandaloso como principal animador, así como la Semana Santa, con la asociación
de ‘Los Pasos’ como su gran referente. Es Merceditas Aceituno, la Seño, la que continúa
enseñando este teatro religioso, llevando a los actores a las Carboneras como
antaño, cuando la Semana Santa
se representaba en vivo y en directo, pues el Señor y los Apóstoles eran de
carne y hueso. Es evidente que seguimos teniendo raíces cristianas, y a pesar
de que algunos fraileros nos hicimos laicos, no renegamos de nada, siendo el
respeto la mejor arma para que todo siga funcionando y para que cada uno de
nosotros encuentre el camino que mejor le lleve a conseguir su objetivo. Porque
todo esto forma parte de nuestra historia y de nuestra razón de ser. Porque
como decía al principio, lo importante es permanecer en la esencia de la frailestud.
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