Aquella mañana me desperté dos horas antes de lo previsto. Pero las aproveché bien. Hice un poco de gimnasia, me afeité la barba y fuí mirando los sitios por donde pasaba. Al salir a la calle, un golpe de frío me dio en el rostro, pero me recompuse y crucé la acera por el paso de peatones junto a la Safa. Dudaba entre irme por una calle o por otra, como siempre, pero no recuerdo por la que opté. La bandera del cuartel aún no se había izado y en el Rano estaba lleno, como casi siempre. Busqué la llave de la cochera y atiné a la primera. Arranqué el auto, puse la calefacción y la radio y Alsina desgranaba una serie de palabras contra el hombre de la Coleta.
Notaba una sensación rara, como nueva entre la nostalgia y el recuerdo y un poco de futuro. Aparqué el coche en la placeta junto al Charro, pero seguí escuchando la radio, mientras veía pasar a los estudiantes que iban a Alcalá y la panadera dejaba una barra de pan en la puerta de una vecina. Entonces, le pedí que me vendiera un pan y seis magdalenas.
Parecía que habían pasado mis compañeros de trabajo, salí del coche, tomé mi macuto y me encaminé, por última vez, a mi lugar de trabajo. Era un día normal, como siempre, pero sabía que era especial, todo era único y diferente. Subí la persiana, apreté el botón del aire acondicionado, encendí los dos ordenadores. Me levanté de la silla y miré aquella habitación donde había pasado tantos años. Miré los diversos libros del Registro Civil, los documentos que me quedaban en la mesa, parecía que todo estaba en orden.
Trataba de despedirme de aquellas cuatro paredes que durante tanto tiempo me habían acogido todas las mañanas. Rebusqué en los cajones, allí encontré algunas notas de Nerea que siempre me escribía cuando venía a verme.
Fuí a desayunar, recorriendo la calle, miré de reojo la casa de Manolo el Sereno y sus perros seguían ladrando en el portón de la casa, asomando la cabeza por un claro del mismo. Volví a mirar hacía el Calvario y busqué la casa de Michael, que seguía allí velando por Frailes.
A las dos de la tarde fuí hacía el bar el Charro y mis compañeros de trabajo fueron llegando. Unos me saludaban, otros me abrazaban, dos se fueron pronto porque tenían que hacer alguna cosa. Otra me llamó por teléfono y me dijo que no podía ir. Comimos y bebimos, brindamos y nos despedimos.
Al final, me quedé con Merce, Jesús del Pozo y Elisabeth y fuimos a la Cueva para tomar un café. En una mesa de las altas y con taburetes escuchámos música y bailé a un ritmo lento, y soñé con aquellos tiempos en que acudía a aquella taberna a jugar al futbolín, a jugar a las cartas, a mirar el televisor. Llegó mi amigo Caño y otros maestros del IES que habían estado en una gymkana. Nos dimos un abrazo y pronto me fuí para Alcalá.
En el camino seguí pensando en estos últimos 35 años que había pasado en Frailes y trabajando, puse música en la radio del coche y mis pensamientos se fueron hacía aquél día que subí la Cuestecilla para incorporarme a aquél trabajo de funcionario y en el que he pasado media vida.
Santi, disfruta de todo lo que te queda por vivir......
ResponderEliminarSanti, disfruta de todo lo que te queda por vivir......
ResponderEliminarAhora empieza una segunda vida, ¿tal vez la mejor? De ti depende. Que la disfrutes con intensidad. Un fuerte abrazo. Paco
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