Aquél día de 1969 vi el universo y la luna en un televisor de la taberna de la Cueva, fue un día histórico y los américanos colocaron sus pies en la luna. La Cueva fue testigo y unas decenas de fraileros nos apostamos en sus asientos para ver el milagro. Mi madre me dijo que no se creía que los hombres llegasen a la luna porque era un territorio de Dios y con Él no podía nadiea.
¡Ay la Cueva¡ Ha vuelto a cerrar por enésima vez y los recuerdos vuelven a mi menta como estallidos de mi propia vida. En mi infancia y primera adolescencia, esperaba a que mis padres se durmieran para ver las serie de Bonanza en aquél televisor que colocado en lo alto de una estantería junto a aquellas grandes tinajas, me dejaba soñar a mis anchas. Después, volvía, cabizbajo a subir la cuesta de la calle Corral y Horno y con cuidado abría la puerta de mi casa para no hacer ruido.
En la Cueva estaba Amador y su mujer Mercedes que hacía las mejores tapas de aquellos momentos, un vermuth Cinzano o Martini, con un boquerón adobado, era una delicia para el paladar, lo malo era que aquellas delicias no estaban para los paladores de los muchos vecinos que nos apostábamos en aquellas barandas, pobres, mirando al agua que pasaba por el río.
Y aquellas corridas de toros del Córdobes que Amador y su hijos David y Mortadelo nos dejaban mirar, de nuevo, aquél televisor, previo pago de algún refresco de Mirinda, o una gaseosa de Pepe Garrido, elaboradas con agua de la fuente Elvira.
Allí, aprendí a jugar al fútbolín, en un sótano que había en los bajos de la parte principal. Allí, aprendí a jugar a la Escalera, con dos barajas de cartas américanas, y batiendome el cobre con el Practicante, Medina y animando a Manolo el Sereno a que se pusiera las pilas y no mirara tanto los pies de aquellas mujeres que se atrevían a pasar al santa sanctorum de los hombres fraileros.
Allí, jugaban a los dineros los pobres y los ricos y estos últimos casi siempre ganaban. En la parte de arriba, había casi todas las tardes una mesa de juego, donde se veían más billetes que en la Caja de Ahorros de Granada, alguno perdió su honra y hasta la mujer en alguna tarde-noche de invierno, cuando también caían copos de nieve y el agua del río bajaba sin cesar.
Allí, llegó Michael Jacobs una tarde de finales de julio o agosto, no recuerdo bien, y conoció a Manolo el Sereno y volvieron a emular a unos singulares Quijotes y Sanchos Panzas.
Allí, tomaban las copas, Paquitín Tello, Pedro, Miguelín, David, mientras en la radio se oía el Dúo Dinámico e Hilo de Seda de los Pequeniques nos recordaba que los bailes y guateques eran para el verano.
Ahora, la Cueva ha cerrado de nuevo, y nos deja huérfanos a unos pocos nostálgicos de los años 60 que solo con saber que está abierta nos consolamos. Espero, que otro valiente vuelva a abrir el cándado que la Yoli cerró hace unos días.
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