Me metí en la vorágine del infierno por imperativo legal. Una simple llamada me arrastró hasta la N-432 y un guardía civil me impidió la entrada pero volví sobre mis pasos y esta vez hubo suerte y otro guardia civil me dejó pasar. Mientras otro venía de vuelta.
Allí, el siempre panorama desolador me llevó a lo de siempre pero que nunca me acostumbro. Allí un coche roto por el impacto de otro y una vida cortada por la raíz. Allí, siempre el dolor, mientras otros cumplian con su trabajo, retirando el desastre hasta una alcantarilla, o más alcantarillas.
Y le tengo pánico a los accidentes como cualquiera. Con nueve años por poco fallezco en uno de ellos. Mi maestro y otros 8 compañeros tuvimos un accidente en la carretera de Frailes a Valdepeñas, cuando ibamos a un examen de ingreso para el bachiller, en un tramo en el que ya se divisa Valdepeñas. El auto dio muchas vueltas de campana y una simple chaparra lo pudo contener en medio de un desfiladero, fue como un milagro, donde solo sucumbió el maestro y porque quiso salirse del coche, eso dijeron. Los demás salimos ilesos. Solo ví una nube de polvo negro y no sabía donde estaba, todo negro y más negro, hasta que el coche se paró por otro milagro. Y por el parabrisas fuimos saliendo uno tras otro, los ocho o nueve que ibamos en aquel coche. Y después en medio de la desesperación no nos queriamos subir a otro auto para llevarnos fuera y salir de aquel infierno. El accidente me fue marcando aunque no obsesivamente, pero siempre que asisto a uno de estos eventos infernales, sin invitación, me vuelve la imagen negra de aquel día.
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