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martes, 3 de abril de 2018

ALCALÁ VISTA ATRÁS

Alcalá la Real duerme un sueño elemental, un tiempo no comprometido como si esperara algo; sí, y espera su futuro, que puede ser incierto como todos los futuros. Aquí no se mueve casi nada, hay ruidos de cohetes de las procesiones con imágenes de los diversos santos que pueblan el universo religioso, hay exposiciones que solo visitan algún despistado que suele pasar por el Convento de Capuchinos, hay transeúntes que pasean por el Llanillo al amanecer y se dirigen a cualquier parte, cuando los panaderos elaboran la masa para hacer panes que alimenten a la población. Hay gente que camina por estas aceras sin hacer ruido para no molestar a los que aún están durmiendo en sus camas de muelles antiguas. Hay barrenderos que acarician las aceras por la mañana temprano y quitan la mugre de los que ensuciaron las vías con las puertas giratorias de las oficinas. Hay farolas que se encienden cuando menos te lo esperas e iluminan los rincones más propensos a la nimiedad de los momentos. Hay automóviles por todos lados y pasos de cebra para que circulen los peatones y muchos pasos elevados para que los autos no corran demasiado y se rompan la curcusilla.
En Alcalá hay un sol que ilumina nuestras mentes, nuestras casas y nuestros cuerpos cuando se desperezan, recién levantados por la mañana temprano. Alcalá es un legajo antiguo, donde los investigadores se dejan sus ojos sedientos de topar con un descubrimiento histórico de singular importancia. Alcalá es una perla moldeada por el paso del tiempo, conteniendo algún brillante que se les olvidó pulir. En Alcalá se puede juntar el cielo con la tierra y alguien alineó alguna vez ciertos astros para conseguir prebendas de las instituciones supra provinciales. En Alcalá hay músicos que se unen para formar una orquesta, o una tuna y ensayan en habitaciones separadas y se juntan para influir en el devenir de sus habitantes. En Alcalá hay enamorados que se siguen subiendo por escaleras peligrosas para besar a sus amantes y charlar un rato de sus cosas que son tan importantes como la vida misma. En Alcalá el viento se mece entre las calles altas del sur y las horizontales del norte, y algunas se caen por defecto de fábrica y tienen que ser levantadas por la fuerza de los habitantes que quieren dormir en sus domicilios.
Hay cerezas rojas recién llegado el verano y aceitunas negras cuando comienza el invierno. En la Alcalá nocturna, los duendes de la Mota suelen salir por la Ciudad Oculta y danzar en los jardines, a bailar en el Paseo, a cantar en el teatro, a oír misa de siete de la mañana, a llenar un cántaro de agua fresquita en la fuente del avellano, a tomar una cerveza en el bar de al lado, con patatillas fritas Dealva, bañadas en aceite de oliva virgen, a degustar una tostada con jamón y tomate en el bar de enfrente. Una vez, en Alcalá, me levanté de madrugada y recorrí varias calles y nadie había por cualquier lado, me sostuve viendo el cielo con estrellas y alguna nube que caminaba hacia los Tajos. Comencé a caminar sin control y no sabía dónde iba. Pero siempre finalizaba en el mismo sitio.

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