Yo soy de aquí,
de Frailes, como muchos otros: como Antonio Gatuela, que era panadero y vivía
en la calle Rosario y estaba casado con la hija mayor de Turrón, que tenía una
casa en la calle Alba; como el Zapatero, el padre de Manolo el panadero, que
tiene su panadería junto al balneario y que elabora unas buenas magdalenas con
un sabor especial, como de Semana Santa antigua, cuando yo iba a la iglesia y
me quedaba allí toda la noche, velando al Señor y haciendo guardias en el altar
mayor. Mi madre sí me dejaba porque sabía
que era por algo religioso. Después me divertía en la sacristía de la iglesia,
contando cuentos con muchos otros y con Luis Raya iba a su casa, de madrugada,
y “atacábamos” lo que había de cena. En aquella casa de la calle Mesones probé
el relleno de su madre y me supo a gloria porque estaba muy rico.
Allí, me sentaba
en aquellos bancos de la iglesia de Santa Lucía y pedía a Dios no pecar más,
aquellos pecados tan veniales de aquella religión tan severa en la que casi
todo era pecado. Por la calle Alba vivía Juanito que después se dedicó a
trabajar en los churros. Iba a la Ribera
Alta por el día de San Juan y a Santa Ana en el día de la Abuela. En Frailes
montó un kiosco frente a la oficina de la
Caja Rural. También trabajó con José Castro
como agricultor y, con sus tres hijos, vivió en la calle Cepero. Su hijo Juan
Pedro se hizo pintor de acuarelas y está haciendo muchas exposiciones, ya que
parece ser que gustan sus cuadros.
Un día vi una exposición suya en el bar el
Rano de Alcalá la Real.
Eran unos diez cuadros suyos que adornaban el salón para que,
mientras los comensales comían, pudieran soñar con bellos paisaje. Desde aquí,
también evoco a otro Antonio, Chungurrún, un hombre con un acordeón que vivió
por la calle Roturas y siempre que podía tocaba con aquél aparato grande, con
teclas y botones, de colores rojo y blanco. Un acordeón tan grande como él, que
le pillaba medio cuerpo y por el otro medio le asomaba la cabeza por arriba y
los pies por abajo, Chungurrún era un hombre atado a un acord
eón al que le
gustaba el vino. Abría aquél aparato que parecía tener tripas y le arrancaba
sonidos. Era como una lucha por dominar las teclas y los botones con unas manos
que se movían de un lado a otro. Un acordeón bien atado a su espalda y a su
cuerpo, entonando casi siempre una canción que parecía ‘la Campanera’. Cuando
terminaba, Antonio aceptaba un vaso de vino que alguien le ofrecía y él seguía
absorto, moviendo su cabeza, en la
Cueva, en el bar Nuevo, en la taberna de mi madre. A veces lo
veía con un burro e iba a trabajar al campo pero lo que a él le gustaba era
hacer música con su acordeón. Me gustaba imaginarme que lo veía junto al Sena,
en un barco, sacándole melodías a su acordeón, pasando por los puentes de
Paris, mientras Edith Piaf cantaba una canción, con su garganta de ruiseñor. Y
Chungurrún subido en su burra, blandiendo su instrumento y tocando y haciendo
suelos a los olivos y tomando vasos de vino, mientras su mujer velaba por él y
lo buscaba en algún bar de aquella época, llenos de gente que se divertía en
los días de fiesta y vestían sus mejores galas.
Mientras,
Antonio Cabildo daba bandazos de un sitio a otro, de un bar a otro, trepando
vasos de vino, cubatas y tapas hasta no quedarle un duro en el bolsillo. Y
cundo ya no tenía nada pedía fiado y
casi nadie le quería dar. Entonces vagaba y vagaba por los bares. Y en otro
lado, Luis Gamazo, con sus medallas, cadenas y relojes, llaveros y navajas,
parecía un capitán general en plaza, de portero en el salón de baile de
Manolín, velando para que nadie pudiera pasar sin pagar.
Y Frailes, en
toda su extensión: el Frailes de Michael Jacobs, de Manolo el Sereno, del
maestro Antonio Lucas Mohedano, del cura Jaime Alberto, del periodista Fran
Cano, escritor de crónicas de mi Frailes. Mi pueblo y mi patria, que cabalgó y
sigue cabalgando con todos estos fraileros que le han dado su esencia a lo
largo de estos años y de otros. Como el frailero el gran marqués de Campo Ameno
que nos hizo historia para ser importantes, para ser pueblo, para perdurar por
los siglos de los siglos. Al menos en mi memoria seguirá vivo, porque tiene
vida, tiene gente, sigue existiendo y perdurando. Aunque a veces pienso que
todo esto es una invención mía, que Frailes no existe y me despierto y voy de
un lado a otro, juntando las manos y elevándolas y me miro y estoy en Alcalá,
en aquél salón con muebles de Ikea y una mesa de diseño, llena de cosas.
Y sigo pensando
que mi tierra es Frailes, pero casi siempre estoy en Alcalá, comiendo,
durmiendo, paseando por el Paseo de los Álamos, desayunando en el bar del
Parque, en donde me encuentro con Isidro y Dani, y me saludan y me dan la
bienvenida, y tomo un descafeinado de máquina, y me siento, y pienso en el
albero que siempre me da grima, y siento el sol y miro los periódicos, y recuerdo
a Manolo el Sereno, y corro a su casa que sigue abierta, y llego a las higueras
y tomo un higo con aguardiente, y entro a la casa y los perros me ladran, y
sigo por la cocina, que está sucia y llena de chorreones de aceite, de leche,
con ollas en el fuego que calientan un gran potaje. Y oigo que me dice que tome
lo que quiera, y me trae el aceite, su aceite Sereno-oliva, aquel aceite que le
dio, de nuevo, la belleza a Sara Montiel y la volvió a enamorar en Frailes. Y
me saca alguna fruta, como ciruelas por ejemplo, y el frigorífico también está
sucio y lleno de productos caducados. Y miro en el despacho en donde está la
televisión y allí está Manolo, durmiendo, entre los libros de fotos abiertos,
mostrando caras, recuerdos, besos, sonrisas, y no lo despierto, y ronca de vez
en cuando, y miro el retrato de su padre, el mueble, los sillones y el sofá y
la lámpara con el ventilador. Y subo las escaleras llenas de fotos también, y
la sala de arriba, con muchas cosas que compró que se han vuelto inútiles, y las
otras fotos de los hijos de la
Doña y su despacho de arriba, con la foto grande de Sarita
Montiel, los libros de Juan Eslava dedicados, sus tesoros, los papeles que
rompieron o desaparecieron, las revistas y cientos de más fotos.
Y bajo de nuevo
a la cocina, pelo una manzana, tomo unas nueces, y los perros siguen entrando y
saliendo, y en la mesa de la puerta está Cees Nootemboom, que nos invitó a ir a
una casa que tiene en la isla de Menorca, pero no fuimos porque yo no me atreví, pues pensé que no estaba preparado
para aquel viaje, y la verdad es que no lo estaba … y yo no podía dialogar con
el gran escritor.
Michael sí
podía, por eso estaba allí, hablaban en español y en inglés, tomando café con
tostadas, y a mí me dio por pedirle una entrevista, cosa que más tarde me
concedería. También estaba a la mesa Alicia Ríos, con su pantalón de colores y
su sonrisa, inventando algo nuevo. Hablaba de una mermelada que había hecho
junto con Manolo, de higo y fresas y de ciruelas pasas, para untarla en el pan
crujiente, en la tostadera industrial de Manolo. Pero él tomaba un gran tazón
de leche con sopas, que chupaban toda la leche y la cuchara quedaba anclada en
él. Y el aceite se erigía en el dios del desayuno, de las comidas y de las
cenas. Aquel aceite hecho con sus manos y otras manos cogidas las aceitunas,
una a una, como si fuesen perlas negras y de azabache, de aquella finca de las
Carboneras, donde daba el sol al caer la tarde y sus rayos nos daban energía.
Al ponerse el sol, nos íbamos con aquél auto amarillo verdoso medio lleno de
aceitunas metidas en cajas de madera que llevaba a la Fabriquilla.
Y allí, en menos
de dos metros cuadrados, se transformaban las aceitunas en líquido verde, como
el que hacían los cagarraches en las almazaras fraileras. Pero aquél aceite no
era lo mismo. Tenía capachos diminutos, como de andar por casa, con orujo que
servía para alegrar la lumbre. Así fue como Manolo se fue extinguiendo,
yendo hasta la casa de Michael o a su
peluquería en Pinos Puente. Algunos días no salía de su casa, pero la mayoría
iba al Ayuntamiento, preguntaba, hablaba sin parar, se interesaba por las
mujeres, aunque cada vez sus pasos se fueran haciendo más y más cortos.
Seguía
subiéndose a la escalera y hacía agujeros en la pared para colgar macetas o más
cuadros, llenar la casa de retratos de gente viva y muerta, de gente famosa,
pero ya no era lo mismo. Yo estuve aquí
con este hombre que parecía que quería dar cuenta de su paso por la
vida, de perdurar, de ser eterno, y no sé si eso puede suceder, aunque todos
somos eternos o lo intentamos, Mira esto, mira aquello, aquí estoy con Juan,
aquí con Sara, aquí con Michael, aquí con Silvia y la gallina. Todos juntos en
unión para que la eternidad se eternice.
En estos días me sigo acordando de Manolo el Sereno, en este agosto
añoro sus higos maduros que veo desde el portón de entrada a su casa, pero la
puerta está cerrada y con llave, ya no puedo achucharle al portón para entrar,
ni sus perros salen a saludarme. Aquellos higos tan ricos, que a veces soleaba
para hacer pan de higo, están ahora en las higueras, pudriéndose, cayéndose al
suelo y desperdiciándose. Es una realidad a la que no me acostumbro, y eso que
Manolo ha sido inmortalizado por Michael Jacobs … pero él ya no está. Tomó su
Suzuki y se fue un día, mientras atrás
quedábamos otros fraileros para seguir haciendo la frailestud, esa esencia
del ser frailero.
Como la hacía
Luis Echevarria, muerto también un año después que Manolo. Luis hizo de
frailero por donde quiera que fue, y más aún cuando sufrió su grave enfermedad
y tuvo que ser trasplantado de corazón, un corazón nuevo que le duró once año.
Una vez le pregunté que para qué le había servido el trasplante y me dijo esto
en una entrevista: El frailero y economista Luis Aceituno lleva 11 años con un
corazón prestado que le hizo cambiar sus hábitos de vida, pero le dio nuevos
brios para seguir en la brecha, ahora valora otras cosas, sobre todo la paz,
compartir con amigos, volver a su casa de Frailes y tratar de devolver todo lo
que este nuevo corazón le está dando.
-¿Cuándo empezó a sentir
que el corazón le fallaba?
-Pues noté que me fallaba el día 24 de diciembre de 1990, sentí que me presionaba mucho el pecho, diría como si me hubiesen dado una patada, tenía 37 años y creí que era producto de las tensiones por mi profesión de economista. Entonces dejé mi trabajo en un banco y me puse a trabajar por mi cuenta y por ello, me fui a un hospital que tenía un familiar y en cuanto llegué, me hicieron un electro y me pasaron directamente a la UCI.
-Pues noté que me fallaba el día 24 de diciembre de 1990, sentí que me presionaba mucho el pecho, diría como si me hubiesen dado una patada, tenía 37 años y creí que era producto de las tensiones por mi profesión de economista. Entonces dejé mi trabajo en un banco y me puse a trabajar por mi cuenta y por ello, me fui a un hospital que tenía un familiar y en cuanto llegué, me hicieron un electro y me pasaron directamente a la UCI.
-¿Antes no había notado nada?
-Sí, siempre hay un aviso, los infartos avisan y te dan un toque de atención. Yo notaba que tenía ganas de devolver, sentía muchas molestias, mis brazos se dormían y la punta de los dedos estaban acolchadas. Son características típicas de un posible episodio cardiovascular, pero con 37 años y queriendo comerme el mundo, no pensaba en eso. Me dijeron que lo tenía muy duro, recuerdo que, a escondidas, escuché que solo me quedaban cuatro o cinco años de vida y aguanté diez. Y a los diez me dio un segundo infarto el 20 de diciembre de 2000. Al valorar los efectos en qué había quedado, se supo que mi corazón estaba al 18%. Apenas podía andar, respirar o vivir.
-Sí, siempre hay un aviso, los infartos avisan y te dan un toque de atención. Yo notaba que tenía ganas de devolver, sentía muchas molestias, mis brazos se dormían y la punta de los dedos estaban acolchadas. Son características típicas de un posible episodio cardiovascular, pero con 37 años y queriendo comerme el mundo, no pensaba en eso. Me dijeron que lo tenía muy duro, recuerdo que, a escondidas, escuché que solo me quedaban cuatro o cinco años de vida y aguanté diez. Y a los diez me dio un segundo infarto el 20 de diciembre de 2000. Al valorar los efectos en qué había quedado, se supo que mi corazón estaba al 18%. Apenas podía andar, respirar o vivir.
Y así fue cómo comenzaron a deteriorarse otros
pequeños órganos. Concretamente, en abril de 200, decidieron que lo mejor era
optar por un trasplante de corazón. No lo dudé un momento y consideré que eso
sería mi salvación. Estuve un mes entero haciéndome pruebas con muchas
dificultades. Salí en el mes de mayo con todo hecho y en lista de espera. Por
aquel entonces se hablaba de una espera de unos cinco meses. Fue e 11 de agosto
de 2001 cuando me llamaron del hospital y me dijeron que tenían un corazón para
mí e inmediatamente me fui para Sevilla. El donante era de Cádiz. Llegué me
trasplantaron y tuve incidencias de todo tipo: rechazos y dificultades propias
del nuevo corazón, que era como un niño chico. que nacía con problemas. Pero
cuando acabé sobre los seis meses, se podía decir que el trasplante estaba
consolidado. Pregunté sobre la duración de los remiendos que me habían puesto y
me dijeron que el que había resistido más llevaba diez años viviendo. Me armé
de valor y me dije a mí mismo que a ese le iba yo a mojar la oreja. Por eso,
cuando el trece de octubre pasado hice once años, quise dar una fiesta por todo lo alto.
-¿Qué sintió cuando le colocaron el nuevo
corazón?
-Me quedé dormido y, cuando desperté por la mañana, noté que tenía como una bomba, como un motor muy fuerte en mi cuerpo. Pasé de tener un 18% de potencia a un 80%. Antes apenas me lo notaba y cuando ya noté los golpetazos del nuevo, más que una emoción era un estado de gracia. Estaba aislado en la unidad de trasplantados de Sevilla y lo único que pedí es que me despertaran si me quedaba dormido para poder ver amanecer. Fue una emoción muy serena, entre la normalidad y lo extraordinario. Sentía cómo el nuevo corazón me regularizaba todo mi cuerpo y hacía cumplir todas las funciones de todos mis órganos que, habiéndose encontrado en un estado mínimo, pasaron ahora a tener su máxima potencia. No sentí nada extrasensorial, simplemente material e interno. Valorar la importancia que tiene la técnica, dónde hemos llegado y cómo se pueden salvar vidas aplicando los recursos de la medicina. Y toda esa gente de los equipos de trasplantes -que es para pasarla a los altares- y no otros santos que están en otros lares. Porque son personas que sacrifican sus vacaciones y están dispuestas a operar a las pocas horas. Lo curioso es que quien me trasplantó a mi fue una mujer de 34 años. Es hermoso saber que en Andalucía tenemos gente tan capaz en todas las profesiones.
-Me quedé dormido y, cuando desperté por la mañana, noté que tenía como una bomba, como un motor muy fuerte en mi cuerpo. Pasé de tener un 18% de potencia a un 80%. Antes apenas me lo notaba y cuando ya noté los golpetazos del nuevo, más que una emoción era un estado de gracia. Estaba aislado en la unidad de trasplantados de Sevilla y lo único que pedí es que me despertaran si me quedaba dormido para poder ver amanecer. Fue una emoción muy serena, entre la normalidad y lo extraordinario. Sentía cómo el nuevo corazón me regularizaba todo mi cuerpo y hacía cumplir todas las funciones de todos mis órganos que, habiéndose encontrado en un estado mínimo, pasaron ahora a tener su máxima potencia. No sentí nada extrasensorial, simplemente material e interno. Valorar la importancia que tiene la técnica, dónde hemos llegado y cómo se pueden salvar vidas aplicando los recursos de la medicina. Y toda esa gente de los equipos de trasplantes -que es para pasarla a los altares- y no otros santos que están en otros lares. Porque son personas que sacrifican sus vacaciones y están dispuestas a operar a las pocas horas. Lo curioso es que quien me trasplantó a mi fue una mujer de 34 años. Es hermoso saber que en Andalucía tenemos gente tan capaz en todas las profesiones.
-¿Cuántas pastillas toma al día?
-En total veintidós pastillas y mire, el motor funciona bien, pero necesita los inmunosupresores. Éstos son drogas que tienen la misión de dormirlas y mantenerlas a raya para que no se coman el órgano ajeno que me colocaron. El cuerpo es tan sabio y tan complejo que sabe que eso no es suyo y lo quiere expulsar; para evitarlo se emplea la misma técnica que utilizaba el doctor Barnat. El resultado es que unos se morían a los tres meses y otros a los seis … hasta que llegó alguien que descubrió que no pasaba nada y que era un nivel de compatibilidad de todos los componentes del cuerpo. Fue cuando aparecieron los inmunosupresores y cuando se comenzó a tener una vida razonable. Pero me tomo las pastillas con alegría, aparte de que son tan listas que cada una sabe adónde tiene que ir, aunque es mejor tener un método para no complicarme la vida en las diversas tomas.
-En total veintidós pastillas y mire, el motor funciona bien, pero necesita los inmunosupresores. Éstos son drogas que tienen la misión de dormirlas y mantenerlas a raya para que no se coman el órgano ajeno que me colocaron. El cuerpo es tan sabio y tan complejo que sabe que eso no es suyo y lo quiere expulsar; para evitarlo se emplea la misma técnica que utilizaba el doctor Barnat. El resultado es que unos se morían a los tres meses y otros a los seis … hasta que llegó alguien que descubrió que no pasaba nada y que era un nivel de compatibilidad de todos los componentes del cuerpo. Fue cuando aparecieron los inmunosupresores y cuando se comenzó a tener una vida razonable. Pero me tomo las pastillas con alegría, aparte de que son tan listas que cada una sabe adónde tiene que ir, aunque es mejor tener un método para no complicarme la vida en las diversas tomas.
-Cómo ha sido su vida desde el trasplante?
-Ha cambiado mucho. Lo primero es el cambio en la vida profesional que se ha traducido en una casi inactividad, aunque últimamente estoy demasiado hiperactivo, porque mi hija está reactivando el despacho de economista que antes tenía y, como padre, si tengo alguna misión prioritaria es poder ayudar a mi hija. Pero también a los demás, a todo el mundo, ya que creo firmemente que no te regalan un corazón (quién sea la Providencia, la ciencia, la generosidad) para que se sea nada más que para ti. Hay que cuidarlo para poder hacer lo que pueda, si no no tiene sentido. Todo ese esfuerzo que hace la sociedad hay que revertirlo, en lo que se pueda, a la sociedad.. Lo que sí es cierto es que antes tenía unos criterios puramente economicistas y ahora tengo una conciencia plena de que estoy pagando lo que debo y ayudar al que pueda.
-Ha cambiado mucho. Lo primero es el cambio en la vida profesional que se ha traducido en una casi inactividad, aunque últimamente estoy demasiado hiperactivo, porque mi hija está reactivando el despacho de economista que antes tenía y, como padre, si tengo alguna misión prioritaria es poder ayudar a mi hija. Pero también a los demás, a todo el mundo, ya que creo firmemente que no te regalan un corazón (quién sea la Providencia, la ciencia, la generosidad) para que se sea nada más que para ti. Hay que cuidarlo para poder hacer lo que pueda, si no no tiene sentido. Todo ese esfuerzo que hace la sociedad hay que revertirlo, en lo que se pueda, a la sociedad.. Lo que sí es cierto es que antes tenía unos criterios puramente economicistas y ahora tengo una conciencia plena de que estoy pagando lo que debo y ayudar al que pueda.
-¿Qué valora actualmente y cuales son sus
prioridades?
-La paz, la paz y la paz … porque ella lleva a todo lo demás. Ella lleva a estar bien con la familia e incluso a no tener problemas económicos, ya que para tener paz no hace falta ser rico. La paz lleva también a que los amigos me sigan apreciando y siga haciendo otros nuevos, y me lleva a estar bien con los organismos públicos que estén aportando algo. La paz lleva a que, si hay que criticar algo, no me calle ni me lo coma por conveniencia. En fin, es esa paz que me hace sentirme bien con lo que estoy haciendo y con lo que debo, y que pido que -si me equivoco- me orienten para corregir. Me he quitado de muchas soberbias y muchos encabezonamientos porque, aunque es difícil dejar de ser como uno es, también es cierto que antes hacía más de sostenella y no enmendalla y ahora intento más enmendalla que sostenella.
En fin, yo antes a mi trabajo le dedicaba el 90% de mi vida, ahora no. Ahora hay cosas que no puedo y –sobre todo- valoro mucho más las amistades, la tranquilidad y hacer cosas positivas que vea que revierten en bien para los demás. Eso me llena, aunque dar siempre hay que dar con un límite, pues no me gusta hacer el indio. Así que hay que dar con mesura y sabiendo que es aprovechado porque si no, encima te toman por tonto.
-La paz, la paz y la paz … porque ella lleva a todo lo demás. Ella lleva a estar bien con la familia e incluso a no tener problemas económicos, ya que para tener paz no hace falta ser rico. La paz lleva también a que los amigos me sigan apreciando y siga haciendo otros nuevos, y me lleva a estar bien con los organismos públicos que estén aportando algo. La paz lleva a que, si hay que criticar algo, no me calle ni me lo coma por conveniencia. En fin, es esa paz que me hace sentirme bien con lo que estoy haciendo y con lo que debo, y que pido que -si me equivoco- me orienten para corregir. Me he quitado de muchas soberbias y muchos encabezonamientos porque, aunque es difícil dejar de ser como uno es, también es cierto que antes hacía más de sostenella y no enmendalla y ahora intento más enmendalla que sostenella.
En fin, yo antes a mi trabajo le dedicaba el 90% de mi vida, ahora no. Ahora hay cosas que no puedo y –sobre todo- valoro mucho más las amistades, la tranquilidad y hacer cosas positivas que vea que revierten en bien para los demás. Eso me llena, aunque dar siempre hay que dar con un límite, pues no me gusta hacer el indio. Así que hay que dar con mesura y sabiendo que es aprovechado porque si no, encima te toman por tonto.
Lo que si es verdad que
los hándicaps, los defectos personales, lo que uno tiene, lo acompañan también,
porque el cambio de corazón es un puro elemento material que no te incorpora
nada porque no hay una aportación de genes que cambie tus estructuras, lo que
sí cambia es la actitud. El no haberme muerto ha posibilitado que haga cosas
que de otra forma no hubiera hecho, pero no son grandes proyectos sino terminar
los que tenía iniciados y seguir siendo útil. Ahora, cosas como un amanecer o
un atardecer las veo y las siento de otra forma. Tengo que resaltar que el
corazón que tengo es de Cádiz y estoy enlazado con Cádiz y, aunque no he
conectado con la familia ni tengo intención, los quiero sin conocerlos y ya
está.
Luis Aceituno era un
hombre humilde que hablaba y hablaba y siempre quería hacer cosas por Frailes,
como la mención de origen del vino de la Sierra
Sur. Se involucró en ella y la pudo realizar, junto con otros
fraileros, y así se fundó la cooperativa del vino, pero luego todo quedó en casi
nada, porque después llegó el alcalaíno Juan de Dios Gálvez Daza con su dinero
y la compró … y el sueño de los cooperativistas del vino quedó fulminado por el
dinero.
Con Luis Aceituno me sentaba en la casa que se
hizo en el Cerrillo Colomo, encendía el fuego de la chimenea y hacía café que
tomábamos junto con las pequeñas chocolatinas que siempre tenía en la mesa.
Luis quería ayudar en Frailes, promocionar sus cosas, su cultura, su vino, su
agua –todo- y era capaz de ir y venir una y otra vez desde Sevilla a Frailes.
En el verano de 2012 hizo una fiesta para celebrar el cumpleaños del trasplante de su corazón e invitó a más de
200 personas en su casa. Y escribí esto en Ideal: ‘Gentes de toda condición
llegaron a este lugar y cada uno, según Luis Aceituno, sabía porque había sido
invitado, no era una casualidad ni los había invitado a voleo, todo tenía un
porqué. Amigos de la infancia, compañeros de fatigas, políticos actuales,
personas que le recordaban a sus padres. Gentes de Frailes, Alcalá la Real, Sevilla o Granada
estuvieron presentes en este cumpleaños singular, de loor a la vida y de
agradecimiento a la
Providencia.
Luis Aceituno
agasajó a sus invitados con todo tipo de alimentos. Desde
los clásicos embutidos de Frailes, el queso de
Moisés, los vinos de Campoameno, hasta el asado del ecuatoriano Alipio Efraim,
sin olvidar los dulces de Marieta y el servicio de una pleyáde de aprendices de
camareros que con la ayuda de la
Junta de Andalucía ofrecieron todo tipo de comida y bebida.
La música estuvo presente, con el hombre orquesta Curro, de Castillo de Locubín, que ofreció todo un recital de canciones de antes y de ahora, sobre todo pasodobles o tangos, así como canciones de Sabina que fueron coreadas por los presentes.
Así fue
transcurriendo la noche y la madrugada, mientras el corazón de Luis Aceituno
seguía latiendo, con diástoles y sístoles, sin parar, como en aquel amanecer en
el hospital de Sevilla, cuando despertó y el nuevo corazón no le cabía en el
pecho; ese corazón que le dio la paz que irradiaba y que no hace falta
ser rico para tenerla. Luis vio la luna cómo brillaba, igual que el viernes en
Frailes desde el Cerrillo Colomo, y pensó que iba a durar más tiempo en su vida,
no los 4 años que le habían dado los médicos cuando, a sus 37 años, le tocó el
primer infarto. Su vida fue cambiando paulatinamente, hasta que pasados otros
diez años, el corazón que tenía no pudo resistir y hubo que aventurarse al
trasplante y tener fe en la ciencia y en las manos de aquellos médicos jóvenes
de la nueva Andalucía que seguían los métodos del doctor sudafricano Christian
Barnat, precursor de los trasplantes.
Y
por eso, cuando los médicos sevillanos le dijeron que la persona que más había
durado en los trasplantados de aquél hospital sevillano era de diez años, pensó
que él quería durar mucho más e hizo la promesa de seguir cumpliendo años con
el nuevo corazón gaditano que late y late sin parar.
Y por eso, Luis Aceituno piensa que las cosas suceden por algo y no porque sí. Y también piensa que la Providencia no le ha regalado un corazón para que sea sólo para él. Dice que ahora su nuevo corazón ya no tiene más ganas de hacer cosas y que esas fuerzas que tiene las quiere revertir en la sociedad. Luis tiene conciencia plena de que está pagando lo que debe y por eso ayuda al que puede, como una promesa que se marcó aquella madrugada navideña cuando se despertó.
Y por eso, Luis Aceituno piensa que las cosas suceden por algo y no porque sí. Y también piensa que la Providencia no le ha regalado un corazón para que sea sólo para él. Dice que ahora su nuevo corazón ya no tiene más ganas de hacer cosas y que esas fuerzas que tiene las quiere revertir en la sociedad. Luis tiene conciencia plena de que está pagando lo que debe y por eso ayuda al que puede, como una promesa que se marcó aquella madrugada navideña cuando se despertó.
Tener un corazón nuevo es
algo grandioso, pero Luis Aceituno no ha tenido un camino de rosas en su
trasplante. Baste señalar que cada día tiene que tomar veintidós pastillas para
que el motor funcione. El cuerpo es tan sabio que cada pastilla sabe la misión
que se le ha encomendado, pero de tanto medicarse los órganos se van
deteriorando y aparecen nuevas enfermedades y los inmunosupresores le han
ido ayudando hasta ahora. Pero se toma cada pastilla con alegría y ha tenido
que idear un método para que no se les olviden. Esta es la manera de cómo está
teniendo una vida razonable que espera seguir hasta que el cuerpo aguante.
Para Luis Aceituno la
palabra que valora más es paz porque dice que ella le lleva a todo lo demás. A
estar bien con la familia, a no tener problemas económicos, a que sus amigos le
sigan apreciando y a seguir haciendo otros nuevos También la paz le lleva a criticar lo que
entiende que está mal hecho y no se calle por conveniencia, sino que lo dice y
ya está’.
Y Luis Aceituno siguió viviendo,
y aunque lo fue por poco tiempo, tuvo tiempo de -en la Navidad de 2013- ir a
despedirse de Michael Jacobs, cuando éste estaba en el hospital de la Salud en Granada. Tomó un
tren en Sevilla, se presentó allí y le llevó chocolatinas al escritor inglés. A
la semana moría él: su nuevo corazón dejó de funcionar, harto de pastillas, y
se marchó como de puntillas, dejando a su mujer Gloria y a sus dos hijas. Ya no
podré dar los paseos que daba con él en
Alcalá, ni recibiré sus llamadas telefónicas, ni podré caminar por los senderos
de la Martina
ni ir a la Hoya
del Salogral. Ahora queda recordar a Luis como cuando empezó a trabajar en la
cooperativa y venía a comprar algún bocadillo casa María la Betuna. Recordar
cómo empezó a estudiar y no cejó hasta que se hizo economista y hombre
sindical. Ni podrá escribir cosas de Frailes, como aquel librito que hizo para
dar a conocer sus orígenes y su familia y se lo regaló a todos sus amigos. Al
igual que los ejemplares de la ‘Mención geográfica del Vino de la Sierra Sur’, que también los
fue regalando.
Luis se hizo socio de la
sociedad gastronómica del Dornillo y acudía asiduamente a sus reuniones. Luchó
para que los platos y comidas que hacían nuestras madres y abuelas quedaran en
la historia para siempre y reivindicó las cosas del buen comer de Frailes y de
la comarca de la Sierra Sur.
Ahora seguirá mirando a Frailes desde su casa del Cerrillo Colomo, con su capa
roja del Dornillo y su gran barba, haciendo planes y programas, y volviendo
desde Sevilla una y otra vez, como un peregrino que anda y anda sin parar, sin
dejar de hablar y si dejar de proponer planes para el futuro. Ahora, paseará
por el Nacimiento, por las Roturas Altas y Bajas, por el Castillejo, por la
calle Santo Domingo, y volverá hablar con Manolo el Sereno y con Michael
Jacobs, los tres juntos, de nuevo -por Frailes- como tres mosqueteros que lo
defienden por todos los rincones en donde siempre pasearon su nombre.
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