Mi hermana Maripi nos ha reunido
a todos, a través de una serie de fotos que ha colocado en un rincón de su
salón, con retratos de cada uno en un momento preciso de nuestras vidas, es
como una cita o un recuerdo que ella ha ido construyendo y alguna vez nos
mirará y dirá algo de cada uno de nosotros. Así, va construyendo su historia,
su vida y la de su familia. Cada día se pone a elaborar una comida en aquella
pequeña cocina y como de una caja mágica se tratara, va sacando cebolla, ajo,
patatas, tomates, pimientos y numerosos ingredientes y va colocándolos en una
olla o en una sartén, con un poco de aceite y en unos pocos o muchos minutos
termina su milagro y va colocándolo en la mesa que previamente ha preparado y
que nosotros saboreamos sin darle ninguna importancia. Aquella cocina es como
un santuario, donde ella celebra su ritual cada día, como un monje realiza sus
oraciones. Su magia se hace realidad en forma de cocidos, potajes de lentejas,
tortillas, arroces, albóndigas o unas insuperables batatas con azúcar y canela.
Sus guisos son un monumento a la sencillez y a la comida frailera de toda la
vida y lo que sobra, lo guarda en un recipiente y lo guarda en la nevera para
que lo pueda disfrutar alguno que está fuera. Lleva muchos años haciendo esto y
muchas cosas más y como una especie de obligación que se impuso sin reparar en
ello. He ido a su casa, día tras día, con intervalos temporales y la situación
ha sido siempre la misma, llenar la mesa de comida, de postres, ensaladas y
decirnos que comamos. Cuando llego a verla, me da unos besos intensos y me
demuestra el cariño que me tiene. Ahora que una de sus piernas no le responde
como antes, va dando pasos de un lado a otro y realiza sus tareas cada vez con
más esmero. Cuida de su perro, está al tanto de cada uno de nosotros, sale a
andar, acude a la iglesia, a la Casa de la Cultura o a la ermita de San
Antonio. Nos contamos nuestras alegrías y penas, damos un repaso a la vida y
seguimos viéndonos cada vez como si fuese una fiesta, voy a verla y mi cuerpo
va saltando de alegría cuando me voy acercando a su casa y cuando toco con mis
nudillos en la puerta, mi corazón late porque sabe que el encuentro es inminente.
Voy mirando esas fotos que forman como un oratorio, donde se podría rezar y
hablar y las caras de Rosita, Nerea, Rafa, Cristina, Fran, Manolo, Mari Carmen,
Mari Ángeles, el primo José, los primos franceses, Luis y Juanita en su boda, o
el Papa Francisco parece que se ríen o alcanzan un momento de felicidad que
nadie puede describir. Después, comemos, nos quedamos dormidos en el sofá y
miro a Rosita y a Maripi; los platos vacíos, la tv hablando del virus, las
fotos parece que toman vida y se acercan a la mesa y compartimos la delicia de
unas lentejas, hechas por mi Maripi y veo, también a Diego, a Ernesto, al
Gafas, al Toni, Aina, Zoe y a Fito que se levanta y quita los platos. Más
tarde, se cierra la puerta y Maripi queda sola y ella habla con su Manolo de
cuando estaban en Francia y él trabajaba en la Pechiné y los de allí, les
llamaban Madame y Monsieur Arenas.
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