A sus 60 años, Julián González conserva el aspecto de un ‘nene exento’ alcalaíno, al que la vida le ha ido enseñando a salir a flote. En el centro del Paseo de los Álamos, la figura de este hombre destaca, sirviendo ruedas de churros, junto con chocolate, café o algún refresco, a los clientes que cada mañana llegan hasta su ‘chiringuito’. Y a pesar de que es un negocio familiar, en el que trabajan el padre, la madre, un hijo y alguna empleada, Julián es el eje central y la persona que atiende a las decenas de clientes que llegan allí.
El negocio lo inició en el año 2007, a través de un traspaso que le hizo a la anterior arrendataria y dice no saber el secreto del sabor que guardan sus tejeringos, apunta que puede ser que el sitio influya mucho, pues la churrería está en el centro del parque, añadiendo que «además los elaboramos bien y creo que es por eso, por lo que los clientes vienen una y otra vez a consumir nuestro producto». Aunque resalta que ‘»mi hijo es el encargado de elaborarlos, que le pone mucha gracia, solo harina, agua y una poquita de sal». Su hijo es el torero Javier González.
El kiosco de los churros del Paseo de los Álamos está casi siempre lleno, pero en el verano y sobre todo en el mes de agosto, la gente hace cola para probar este producto, Julián dice que «la clientela viene porque llevamos doce años trabajando y les gustará». Y en efecto los vecinos y visitantes no se van tranquilos de Alcalá la Real si no han visitado la churrería de la familia González y han tomado unos churros con chocolate.
Julián pasea su figura entre las mesas del local y va recibiendo a sus clientes y a cada uno le va dando lo que quiere. Comenta que su jornada laboral comienza a las seis de la mañana y a las seis y media está en funcionamiento para tomar café, pero los churros se ofrecen a partir de las ocho.
Julián considera que lo más importante que ahora hay en su vida es «pues mi trabajo, más o menos y el bienestar» y piensa que «en este negocio se aprenden muchas cosas, esto es como una carrera de la vida, tener un negocio, estar tras el mostrador de cualquier tienda y viajar, creo que son las carreras de la vida, más que estudiar».
Una de sus grandes aficiones es el toreo y a él ha dedicado mucho tiempo, sobre todo por su hijo Javier que es torero, y añade que «la afición a los toros me viene desde que era joven, me han gustado mucho los toros y los caballos y varias veces he expuesto mi dinero para organizar una corrida a mi hijo’»y ahora considera que «el mundo taurino es muy privado y si quieres torear, pues tiene que ser así, y los toros se han ido aparcando por la gente mayor y los jóvenes no están aplicados al mundo del toro y antes se veían los toros más que el fútbol y recuerdo que cuando tenía 12 años se paraba para ver al Cordobés, incluso la gente del campo y ahora la gente para para ver un partido de fútbol».
Julián no para de servir chocolates, cafés y sobre todo raciones de churros, que las coloca en un papel y las va sirviendo y mientras tanto manifiesta que «si tuviera que elegir para trabajar, escogería el mismo trabajo que he tenido, me ha gustado toda la vida, he sido camionero y me gustaba mucho y dicen que no se aprende en los trabajos si no te gustan y yo disfrutaba mucho y ahora este que tengo me sigue gustando, a pesar de tener 60 años, si yo pudiera sería restaurador otra vez, me gusta, lo que pasa que mi mujer y mis hijos no me acompañan». Dice que «me hizo camionero por la necesidad y porque me gustaba viajar y en aquellos años se ganaba muy buen dinero, cuando un albañil tenía un sueldo de 35.000 pesetas, yo ganaba 75.000 pesetas e iba a toda España repartiendo pescado».
Julián está orgulloso de su clientela, dice que «son gente normal y corriente, con gente de todas las clases y en estos negocios se escucha de todo». Julián va cobrando a sus últimos clientes y sobre la vida dice que «hay que saber llevarla, estar pendiente de la familia y los amigos».
Julián González se coloca su sombrero, cierra las puertas del kiosco, y se dirige a su casa de la aldea de Fuente del Rey; sus clientes volverán cada mañana y son fieles a los desayunos que Julián les sirve, con sus famosos churros.
Julián va colocando las sillas y mesas y despidiendo al último cliente, la hora de cerrar y de terminar el trabajo va llegando, se levantó a las seis de la mañana, llegar a la churrería, colocar los muebles de la terraza, termina sobre la una de la tarde, al llegar a su casa arregla a los cuatro animales que tiene, se va a la taberna y se bebe tres vasos de vino, porque dice que le gusta y no lo perdona y mientras que pueda va a seguir haciéndolo, luego por la tarde duerme la siesta hasta las seis y después dedica el tiempo a sus caballos y cuidar a sus gallinas.
Julián González conoce los entresijos del municipio alcalaíno y considera que «faltan puestos de trabajo en industria y en cuanto a la hostelería camareros tampoco hay, la gente no sale enseñada, tiene que aprender y mostrar una buena aptitud».
Este hombre es un sabio de la vida que ha ido aprendiendo de las diversas situaciones, sigue fiel a sus principios y sueña con seguir organizando alguna corrida de toros para la feria de septiembre alcalaína, también le hubiera gustado tener un buen negocio de restauración, pero en la churrería se ha realizado.
Él conoce a casi todos sus clientes, sabe sus gustos y cada día les sirve su desayuno; allí llega mucha gente, desde diversos maestros del colegio de la Sagrada Familia, hasta turistas que buscan este tipo de desayunos, los niños que se han acostumbrado a los tejeringos O numerosos vecinos de las aldeas.
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