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jueves, 16 de marzo de 2017
EL NACIMIENTO, EL BARRIO DEL AGUA Y DEL SOL
Desde la calle Cuevas subir al barrio del Nacimiento se convierte en una cuesta cada vez más pendiente que alcanza su punto culminante en la llamada Cuesta de Cazaleno, pero para llegar a nuestro destino todavía hay que subir los últimos tramos de la calle Huertos que nos lleva a la Plaza del Rector Mudarra, una coqueta plazoleta que daba cobijo a la única farmacia que había en el pueblo y que después se trasladó a la calle Santa Lucía, frente al colegio público. Estaba regida por Inmaculada Campos que un buen día llegó de Valdepeñas de Jaén y arraigó su humanidad y enseñanzas en este pueblo, asesorando con sus conocimientos de baile y teatro y siendo el germen de una semilla cultural que perdura a través de los años.
El Nacimiento recibe su nombre debido a que desde tiempo inmemorial se encuentra allí el manantial del mismo nombre que abastece a Frailes de agua potable, con pequeños intervalos como en 1993 en que se agotó y el pueblo hubo de abastecerse de los pozos del Chaparral. Pero el manantial sigue siendo el talismán de este pueblo con un rico caudal de agua que en sus mejores tiempos llegó a fluir, por su propio pie, más de ochenta litros por segundo y a pesar de las temporadas de sequía sufridas, se resiste a quedarse seco y sus dos caños antes erectos y grandiosos, han sido manipulados por un extraño fluxómetro que solo deja derramar el líquido elemento cuando se le aprieta el botón de artefacto mecánico. A pesar del susto de 1993, sigue manando su agua clara y cristalina, fresca en verano y templada en invierno, ahora mucho más apreciada porque el agua de los pozos del Chaparral tiene un mal sabor y es un lujo seguir saboreando este liquido que conserva el sabor tradicional de toda la vida. Ahora la fuente del Nacimiento se ha transformado y se ha construido una plaza nueva y se le ha dado un aire de gran importancia a este lugar emblemático frailero.
A su lado, enfrente, está el antiguo lavadero con sus piedras desgastadas por su continuo frotar de ropas y jabón, este también se ha reformado, conservando el sabor de lo antiguo y encierra el sabor de la limpieza pueblerina. En este río de aguas cristalinas se lavaba todo, desde las sábanas blancas hasta las tripas grises de los cerdos que después albergarían los ricos chorizos, morcillas y salchichones. En su habitáculo había siempre un continuo deambular de mujeres que se disputaban sus escasas plazas de lavandería, en aquellos tiempos en que aún no se conocían las lavadoras. Las mujeres quitaban la suciedad a base de frotar la prenda con la piedra de lavar, e impregnada de jabón antiguo, hecho en las casas a base de jámila y sosa caustica, capaz de arrancar hasta la piel de las manos. El lavadero era un integral gineceo, donde las féminas imponían sus leyes, con una gran algarabía, hablaban y cantaban. En esta calle solo había una taberna, después convertida en tienda. Era la taberna de Josillo, que acogía una gran clientela de braceros y pequeños agricultores. Allí, a base de beber litros y medios litros de vino, se ahogaban las penas de la posguerra y el hambre disimulada de los sesenta, con sus aperitivos de garbanzos tostados, y Josillo apuntaba el fiao en un papel grande de estraza.
Las calles Cantillo y Calvario están situadas en la parte más alta del barrio y del pueblo, donde el sol alumbra desde las primeras horas de la mañana. Desde ellas se avista una gran panorámica de todo el municipio, con las casas encaladas y las tejas de varios colores.
El barrio del Nacimiento es también el barrio del sol. Desde que este astro sale, encandila las casas con esos rayos que apuntan desde el cerro de Las Carboneras y envuelve a los pequeños callejones, altos y sinuosos, con una cálida temperatura, invitando a sus vecinos a salir a la calle y saludarse mutuamente. Las calles Roturas Altas, Bajas, Calvario y Castillejo aparecen escalonadas, como pegadas unas a otras. Son calles laberínticas, de casas de planta baja y un piso, casi todas con huerto y corral que sus dueños han transformado en cochera porque hace tiempo que los vecinos vendieron los asnos y los cambiaron por un automóvil moderno. Macetas y flores adornan sus fachadas y los geranios rojos saludan cada mañana al sol, haciéndose cómplices de sus confidencias, derramando calor y olores por estas cuestas empinadas que se extienden sin orden ni control a lo largo de estas calles estiradas. Este es el barrio del agua y del sol, y desde lo alto del monte Calvario contempla los ríos, los cipreses del cementerio y la torre del reloj del Ayuntamiento. Un barrio de hombres que se dedicaban a la agricultura y de amas de casa que cuidan sus calles diariamente, barriéndolas para que estén limpias.
En este barrio se encuentra el monte Calvario, donde está la ermita dedicada a la Virgen de las Angustias. Es una pequeña habitación adornada con imágenes y exvotos, donde los creyentes suelen ir para hacer promesas, por haber conseguido alguna cosa importante. Se llega a través de una pequeña vereda, llena de piedras y obstáculos naturales; algunas mujeres solían hacer el recorrido descalzas y hasta de rodillas. Allí, se instaló una estrella de Oriente que iluminaba a todo Frailes.
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