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miércoles, 15 de marzo de 2017
EL BARRIO DE LOS PICACHOS DE FRAILES
Las antiguas calles terrizas del barrio de Los Picachos, que se llenaban de barro en aquellos antiguos inviernos con grandes temporales de lluvia y agua, se convirtieron como todas las calles de Frailes en modernos caminos de asfalto que se extienden inexorablemente con su color negro a lo largo y ancho del municipio. Los Picachos, uno de los barrios más antiguos de Frailes, se extienden en dirección norte desde la calle San Antonio hasta la Presilla y de este a oeste desde la calle Almoguer, otra de las más antiguas, hasta la calle Cruz. Todo un conglomerado de calles que disfrutaron su esplendor antes de la guerra civil y donde se asentaron un gran número de artesanos que con su gama de oficios hicieron un pequeño centro comercial, desbancado más tarde por la calle Cuevas y Tejar, cuando se trazó la carretera comarcal. La mayoría de sus casas compuestas de planta baja y un piso, tenían además un pequeño huerto y un corral como correspondía a un pueblo eminentemente agrícola. Gran parte de ellas fueron remodeladas y sus tejados de tejas rojas se suelen avistar desde cualquier altura de los alrededores, con sus fachadas antes blancas de yeso y cal y ahora impregnadas de cemento y arena.
Desde la calle Mesones hacia arriba y a través de la calle San Antonio es fácil llegar a este barrio, superando una empinada cuesta. Al final de la misma y en un recoveco sin salida tenía su sede la famosa escuela de Emilio. Enfrente estaba la tienda de tejidos de Antonio Tello, pequeño industrial, versado en el conocimiento de aquellas telas antiguas como la pana y la franela y otras de más baja calidad que despedían un fuerte olor a borra. Su tienda tenía un gran mostrador de madera, con incontables estanterías donde apilaba los tejidos, siendo las ventas casi siempre a crédito, pues los clientes sólo pagaban cuando venían de hacer la temporada de la aceituna o la vendimia y contaban con dinero. Al lado de la calle San Antonio, surge la calle Rosario, que cuenta en su lado derecho con la ermita de San Antonio, un pequeño habitáculo religioso donde se venera la imagen de este santo. Frente a la ermita se encontraba la tienda de tejidos y el telar de Amador; donde se fabricaban de manera artesanal mantas y cobertores de gran colorido y calidad, hechos con pura lana de oveja y con el desarrollo industrial de las fábricas de tejidos, que abarataron los precios pero no la calidad, pero el telar hubo de cerrar sus puertas y , vendido a la Diputación Provincial, reposa sus restos en el museo de Artesanía Provincial de Jaén.
En la esquina, entre la calle Rosario y la calle San Antonio, estaba la barbería de José Molina, un centro de reunión y tertulia de la época, con su sillón giratorio blanco presidiendo la habitación, alicatada con mosaicos de varios colores y apilándose en sus estanterías los frascos de masaje Floid con su característico escozor que ponía a punto las barbas más difíciles. Frente a la ermita de San Antonio se extiende la calle Nueva, una pequeña y estrecha vía, en cuyo número 5 estaba situada la zapatería de Teófilo, polifacético artesano que además de remendar zapatos, tocaba el clarinete en la orquesta Trébol y además era portero del Cinema España. En medio de la calle Cruz estaba la taberna de la Mariquilla, donde se expendía el vino del terreno en botellas de medio y un litro, el aperitivo lo llevaban los clientes liado en un papel de estraza y consistía en una raspa de bacalao o en alguna tajada de chorizo o morcilla, robada en un descuido a la mujer.
En la calle San José se encontraba la carpintería de Pepillo Merino, un hombre que hizo con sus manos la mayor parte de las puertas y ventanas del municipio. También se encontraba en en esta misma calle la herrería de los Alameda, donde había una fragua en la que trabajaban varios hermanos y dándole a una manivela se veía como el hierro se transformaba en un ascua candente que era modelado a golpes de martillo. Los Picacheros, apelativo con el que se nombra a los nativos de este barrio, eran peleones y aguerridos y no rehuían la lucha, siempre estaban dispuestos a iniciar una guerrilla de piedras con otros barrios, de los que salían muchos jóvenes apedreados y con heridas en la frente. Eran tiempos donde el orgullo del barrio se dirimía en estos frentes y casi todos los mozalbetes estaban siempre heridos de la lucha con las piedras. Los Picachos fue el barrio más poblado de Frailes, pero fue perdiendo el número de artesanos que vivían en él, en parte porque los hijos no siguieron la labor de los padres y emigraron a mejores o peores tierras y también porque los artesanos fueron dejando su trabajo.
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