Al concierto de Jolis fueron pocos pero bien avenidos. Jolis volvió al
teatro Martínez Montañés, esta vez con el espectáculo Fender Swing en homenaje
a Hank Marvin y The Shadows. Solo veinte personas eligieron ver este concierto
y a fe cierta que disfrutaron el pasado viernes con la música de estos músicos.
Al piano estaba Marten Jespersen; a la guitarra baja Rafael del Castillo; a la
batería Marcelo Huertas; con la guitarra rítmica estaba Nicolás Medina y Jolis
a la guitarra Fender.
Los sonidos de estos músicos irrumpieron en el teatro Martínez Montañés y
la sinfonía de la canción ‘Apache’ recordó aquellas canciones de los años
sesenta que fueron la génesis del rock instrumental británico. A pesar de que
fueron pocos los elegidos, el público disfrutó y la complicidad entre todos
surgió y sus pensamientos estuvieron unidos por un sentimiento universal de
amor por la música en general.
Allí, en lo alto del escenario estaba Jolis que dedica parte de su vida a
la música y poco a poco fue ofreciendo una serie de canciones míticas como El
tercer hombre, ‘Petite Fleur, Mon oncle, Blue Star, Candilejas o Guitar Tango.
Había una sintonía vital entre los músicos y el público y este aunque escaso,
disfrutaba interiormente de aquella música que salía de aquellos hombres que
estaban enamorados de su trabajo. Unos meneaban los pies, otros soñaban con el
primer instante que oyeron aquella canción, había otros que querían
inmortalizar aquel momento y hacían fotos con su teléfono móvil. Los músicos se
miraban entre ellos y se reían. Había uno que era médico en un hospital
granadino y hacía sonreir a su guitarra; otro había llegado de Suecia y se
instaló en Granada y ya no volvió a irse de allí. Y canción tras canción, Yolis
y sus músicos iban sacando recuerdos, sentimientos, alegrías con aquella música
grandiosa que se oía en el teatro Martínez Montañés.
Yolis, bebía agua, se cernía en el taburete y comenzaba una nueva canción,
cada vez más hermosa, cada vez con más imaginación y haciendo que aquellos
pocos escogidos que habían ido al concierto, se regocijaran en sus asientos y
dieran sus aplausos más sinceros a aquellos músicos que solo querían tocar
aquellos instrumentos y sacarle las mejores notas con sus cuerdas y sus dedos
expertos.
Y, sí, fueron pocos pero fue como algo íntimo, algo
inexplicable, algo inaudito que se presentó en la noche del pasado viernes en
el teatro Martínez Montañés, como un torrente de música universal que hizo que
el mundo se reconciliara en aquellas cuatro paredes.
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