Alguien muere cada día. Los hospitales están llenos de enfermos que quizás estén privatizados. En aquella habitación había tres mujeres. Una no tenía a nadie que se ocupara de ella y le daban de comer dos desconocidas. Bebía zumo con una pajita y bajaba las escaleras porque no quería coger el ascensor.
Al llegar las dos de la tarde iba a comer un menú en la misma cafetería de siempre, siempre escogían arroz y una manzana de postre.
Casi nadie quiere cuidar de los enfermos, todos tienen cosas que hacer, además de trabajar, hay que viajar y los que no tienen trabajo aún están más ocupados. Los que no sirven se aparcan para que no les dé el sol y no salgan a la calle, podrían perderse o causar alguna anomalía a los que son 'normales'.
La gente se sigue mirando el ombligo y cada cual cree que lo suyo es lo más importante. Los que no pueden votar o no tienen voto son invisibles para este sistema. Nadie oye a los demás, casi todos nos escuchamos a nosotros mismos y siempre tenemos el mismo sermón: yo.
¿Hay alguién que sepa la solución? Hay mil salidas pero están todas cerradas.
¿Usted sabe lo que es lo del Yak-42? Lo evidente lo camuflan como si fuese un accidente, pero estaba seguro que iba a suceder, el avión no tenía garantías para llegar a su destino.
Los viejos aún tienen poder porque gozan de una pequeña pensión y aún pueden votar a algún candidato equivocado, por eso los visitan de vez en cuando y les lanzan discursos de simpatía y actúan como si fuesen sus colegas.
Lo que no es negocio ni ocio no sirve para esta vida. Todo tiene un precio hasta la genuflexión de la señora Cospedal que nos lleva, de nuevo, a la Edad Media. Nadie puede ser independiente, no es lógico, no es normal, no es habitual.
Todos quieren vivir su propia vida como si no la vivieran, pero no quieren darse cuenta de que nacemos caducados como el requesón que en su envase pone cuando tiene que morir. Aquí, todo es efímero, y el dinero también.
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