La feria de ganado alcalaína es una reunión anacrónica que nos transporta al pasado, pero ya no somos los mismos. Aquellos gitanos que con varios días de antelación llegaban a las ferias, con sus colchones de paja, su retahíla de churumbeles y sus ganchas de caña india ya no están. Ahora traen a los pocos animales que quedan en camiones y llegan asustados a la feria. Aún quedan tipos chulos con sus varas de olivo, su sombrero cordobés y su bla, bla, bla, sin cesar. Pero aquellas ferias de ganado ya no volverán, por mucho que quieran algunos. Por menos que haya tiendas donde por 5 euros regalan enésimas tabletas de turrón y por mucho que sigan los parlanchines pregonando que tienen amoladeras para sacar punta a cuchillos, tijeras y navajas.
La feria de ganado es una entelequia de nuestras mentes, a los payos y gitanos no les va la vida en ella y cuando se pierde la emoción, la feria se acaba. Solo es una nostalgia de tiempos pasados, por mucho que se remonte al año 1688 y sea un privilegio real.
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