Fernando Garea. El País
Aceptar una condena es admitir los hechos que te imputan y se pasa automáticamente a ser un delincuente. En el curriculum profesional y vital se añaden antecedentes penales.
En este caso, si se conforma se pasa a ser también un mentiroso confeso, porque el afectado dijo que no conocía a los miembros de la trama, luego afirmó que se pagaba los trajes y más adelante alegó que los abonaba con el dinero de la caja de la farmacia de su mujer.
Ahora admite que fueron regalos de su "amigo del alma" al que quería "un huevo". Todo es más grave porque quien hizo los regalos se forró en su proximidad al Gobierno autonómico. Y por quien fue expulsado de Génova por sospechas fundadas de irregularidades.
No se entiende que Rajoy haya permitido que se llegue hasta aquí. Que no fuera capaz de obligarle a no presentarse a las elecciones. El PP hubiera arrasado en Valencia con cualquer otro candidato y por eso no se entiende la estrategia de Rajoy.
En el camino, el líder del PP se deja jirones de credibilidad y nos regala vídeos impagables con sus palabras de respaldo a quienes ahora se confiesan delincuentes y mentirosos. ¿Qué necesidad tenia de llegar hasta aquí?
La pena para un político no es solo una multa, es la dimisión. Y tiene suerte porque si esos mismos hechos se produjeran ahora , tras la ultima reforma del Código Penal, se añadiría la de prisión e inhabilitación. Su asesor, Federico Trillo, lo sabe porque fue uno de los ponentes de esa reforma que, si se pudiera aplicar con retroactividad, llevaría al presidente valenciano a la cárcel.
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