Fuí a ver a mi hermana Emilia que está hospedada en una residencia de mayores en la localidad de Cabra (Córdoba). Ella tiene 83 años. La ví triste, seria, ausente, sin ganas, sentada, apoyada en un andador, solitaria, conforme, sin esperanza, sin futuro, sin importarle mis palabras.
La ví como cabreada, como añorando su pasado, su casa, su nieto, su calle, sus vecinas. Recordando aquella habitación donde estaba más sola que la una.
Ella está mejor cuidada, está con otras mujeres ausentes, con andador, mujeres aparcadas en aquel lugar donde pueden rezar e ir a misa cada día. Llegó la hora de comer y todas se dirigieron a un lugar que llaman comedor; sor Carmen me dijo que mi hermana no come, que lleva tiempo que no hace por comer. Ella está mejor cuidada que estaba en su casa de Frailes. Pero sigue triste, deprimida, sin ganas de vivir, como dejando pasar el tiempo. Sentados los dos allí, pensé que había tardado tiempo en ir a verla. Le pusimos unos toques de agua de colonia que le habíamos comprado y al final dijo que olía bien. Después, ella se fue andando despacio hasta llegar a su sittio en el comedor. Sacó su servilleta y los cubiertos estaban colocados, mientras le daba dos besos en su frente. Entré en su habitación y no tenía ninguna foto de nosotros. Ya en el auto, de vuelta, me contagié de ella y se me olvidó hablar durante varias horas.
Así es la vida Santi; todos llegamos,a encontrarnos con esto que parece que nunca llega; un abrazo.
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