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miércoles, 16 de enero de 2013

AQUEL DIA

Estuve toda la noche inquieto y dormí poco, me levanté temprano y me acicalé. Estaba en un estado diferente al que nunca habia experimentado. Vivía solo en aquel invierno de 1981, en aquella casa destartalada que habia construido mi madre, con muchas escaleras, algunas habitaciones desangeladas y en la que se sentían en los techos algún roedor nocturno. Un pequeño cuarto baño sin ninguna pretensiones, con solo agua fria, una toalla sin brillo y una estanteria de colocar las botellas de la pequeña taberna que aún tenía en la parte baja de la casa.
No se la ropa que me puse, seguramente un pantalón vaquero azul, una camisa y un jersey, con zapatos limpios y relucientes, la única licencia que me podía permitir y que siempre intentaba llevar como seña de mi pasado. Mi cuerpo estaba alegre, fui bajando las escaleras, aquellas escaleras pequeñas, divididas en dos trazos, con barandilla de hierro. Me di el último toque en el espejo de aquel mueble llamado aparador, esmerilado y desconchado. Abril la puerta azul, aquella puerta desencajada que nunca ajustaba y por la que se escapaba el viento invernal. Miré las estanterias de botellas: ginebra, brandy, vino fino; el equipo de música con el que habia pasado los dos últimos años y volví a cerrar la puerta azul y desencajada, metiendo el hombro. Salté a la calle Tejar y miré hacia arriba y abajo, había poca gente y seguí por la calle Cuevas hasta la casa de Manolín, tomé la calle Caridad que era pendiente e iba dejando atrás el sonido de las aguas del rio. En medio de aquella calle miré al Cerrillo, las Carboneras, el Camino de los Muertos hacia el cementerio, y seguí subiendo, hasta llegar a la iglesia, miré a la casa de don Fermin, la de los Amandos, la placeta y subí las escaleras hasta llegar a la puerta del Ayuntamiento, estaba cerrada. Toqué, subiendo el aldabón frio y toqué pero nadie abría, oí una vez a lo lejos. Por fin, se oyó algún sonido, era Manuel, el Municipal que abrió la puerta y se quedó sorprendido, me dijo ¿qué haces aquí?. Le dije que venia a trabajar en el Ayuntamiento, pero me miró y seguía sorprendido. Subí las escaleras de frente, y abrí la puerta que chirriaba, me coloqué en aquella silla y mesa desvencijada, con una máquina de escribir tan grande como yo, con retroceso en forma de ese. Allí no había nadie. Recorrí el salón de plenos, vi otras mesas de trabajo, aquellos retratos, papeles por doquier y me presté a realizar mi primer día de trabajo.

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