martes, 28 de marzo de 2017
UNA MAÑANA CUALQUIERA
En estos días de marzo de 2017 me despierto en Alcalá la Real, me visto con pantalón y chaqueta de deporte y me tiro a la calle temprano. Voy andando por la Avenida de Europa, mientras aún el ambiente es oscuro y la niebla no deja ver el horizonte. Los escaparates de la Avenida de Europa aún están en penumbra, el cuartel de la Guardia Civil aún no ha izado la bandera y algunas ventanas de los pisos tienen la luz encendida. El bar Ibiza está abriendo sus puertas y el Bar del Rano comienza a tener bullicio y entran y salen los primeros clientes del día. En el instituto Alfonso XI no hay nadie y las puertas están cerradas. En las aceras se ven un par de figuras humanas que andan despacio. Evangelina sale con su bicicleta hacia el Ayuntamiento y me dice buenos días. Voy hacia el carril bici pero sigue sin verse nada, ando con buenas zancadas y paso por la puerta de la casa del médico Manuel Zafra, por la del farmacéutico José Luis Navas y por detrás de la casa de Elena Víboras. La vivienda de Pepe López, vocal de Amici Culturae también está cerrada. Me dirijo al camino de la torre del Cascante y Baldomero Andreu viene de vuelta, de haber hecho sus kilómetros matutinos, con un pantalón largo de deporte, una sudadera y un pañuelo al cuello, nos decimos buenos días y cada uno sigue su camino. Sigo viendo sombras y pocas luces y en el vivero de Ruiz dos perros me dan los buenos días con ladridos suaves que se cortan al instante. Subo la cuesta y mi corazón parece que se queja y trato de salir adelante; las vides de Marcelino Serrano se alinean en su propiedad y los sarmientos han sido podados para cuidar las plantas. Los olivos han sido recogidos y el camino está un poco mojado. A lo lejos se ve un rayo de luz en el horizonte y parece que el día se va despejando. Son las ocho y media de la mañana y en el carril bici no hay nadie. Entro en él y rastreo la planta de mis pies para despejar el barro que mis zapatillas han recogido en el recorrido. Mis pisadas en el cemento del carril bici aún son fuertes y siento el sonido de dos caños de agua que van a parar a una acequia. Sigo subiendo y oteo la carretera que va a Benalúa de las Villas, los automóviles llevan los faros encendidos y algunos rugen, otros son más silenciosos. Los tejados de los edificios de la Fuente del Rey se empinan y los miro, el campanario de la iglesia de la Virgen Coronada asoma a mi mirada y el almacén de bebidas de Moisés Campos se alinea con mis ojos; a lo lejos el convento de las monjas también se hace visible y las casas que fueron de la familia Garnica hoy son de otros propietarios. Mi madre María la Betuna sirvió a esta familia y no quiso que mis hermanas sirvieran en ninguna casa. La baranda de madera del carril bici está recién arreglada pero alguna de sus vigas ha vuelto a caerse, hago breves ejercicios de gimnasia y sigo adelante. Los chalets que hay en el camino tienen sus puertas cerradas y los perros que hay dentro no ladran. Al subir al Portichuelo veo tres conejos que salen corriendo a esconderse en sus madrigueras. Durante el recorrido me he encontrado a cuatro personas, tres me dijeron buenos días y otra no me dijo nada. La mañana de niebla se ha despejado y en el recinto ferial, el mercadillo se va levantando y los comerciantes ambulantes colocan sus prendas que venden a uno, dos o tres euros, y se oyen sus voces anunciando la buena nueva de sus artículos baratos. Alcalá la Real se despertó y sus vecinos acuden a muchos sitios. En el IES Alfonso XI entran los alumnos a clase y allí estarán los profesores Fernando Fedriani, Alejandro Caño, Rafi López, y otros más que no sé sus nombres, los últimos alumnos rezagados siguen entrando por la puerta principal. Las aceras se van llenando de gente, aún no están abiertos los comercios y un hombre espera al peluquero Juan José en la puerta del establecimiento y le han echado la prensa del día por la raja de la puerta. Llego a mi casa con la cabeza mojada, enciendo el calentador, y una ducha reparadora me limpia el cuerpo y me da fuerzas.
La capacidad de observar, sin juzgar lo observado, es una virtud encomiable. ¡¡ cultívala y no la pierdas !!
ResponderEliminarNo hay mayor espectáculo poético que el mundo en su ir y venir cotidiano sólo desde la observación del mismo. Me ha encantado.
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