Ella estaba sentada en el salón, en un sofá rojo de Ikea, mientras su mano mantenía el smartphone entre sus cinco dedos. El aparato emitía una música que llegó a sus oídos y los mantuvo en vilo unos segundos.
Ella se levantó despacio y mantuvieron las miradas, sus ojos se reconocieron y sin saber cómo se fueron uniendo. La música era muy reconocible y por ello sus manos parecían que se juntaban y se unieron. El cantoneo de los cuerpos fue imprevisible e intemporal y sus labios se juntaron y sus pensamientos coincidieron. Era ‘la chica del ayer’ y los sonidos de las cuerdas de las guitarras unían el pasado con el presente y el futuro.
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